Conseguir ser cabeza de cartel de un festival nunca ha sido tarea fácil para los artistas. ¿Nos encontramos ante un nuevo paradigma a la hora de ocupar la letra mayúscula de los carteles?
Como público y consumidores de música, estamos acostumbrados a jugar a adivinar qué posibles grupos o artistas estarán presentes este año en los mejores festivales de música de nuestro país (o incluso de otros internacionales, si lo que te van son las apuestas). También nos encanta imaginarnos nuestro festival idílico, con los cantantes que tenemos colgados en nuestras paredes de nuestras habitaciones como principales protagonistas, ocupando la letra mayúscula del cartel. Sin embargo, cuando llega la típica época anual de confirmaciones (Octubre, Noviembre, Diciembre…), nunca se sabe qué puede pasar. Las manos en la cabeza bien pueden expresar la mejor de las sorpresas o la peor de las decepciones. Y todos sabemos que cuando tu festival favorito confirma como cabeza de cartel a una banda o un cantante que no esperabas y que no cumple con tus expectativas, no mola. Y duele. Y te cabreas. (Pero te muerdes la lengua y sigues yendo).
Normalmente (y resumiendo todas las complicadas e imposibles gestiones de por medio), las promotoras de los festivales más potentes se reúnen y ponen sobre la mesa los posibles artistas (con sus respectivos presupuestos) que se podrían considerar como “disponibles” y “asequibles”. Es evidente que cada año existirá una infinidad de nombres que se quedarán en el tintero, compartiendo frustración junto con aquellos planes e ideas de numerosos festivales que, finalmente, no pudieron ver la luz. No obstante, es un hecho que también existen ciertos, llamémosles, “requisitos” que los artistas “deben cumplir” a la hora de construir el esqueleto de un cartel musical en condiciones.
Tenemos que ser conscientes de que la mayoría de artistas del panorama musical actual calculan exactamente la fecha de salida de sus trabajos para que ésta beneficie a sus ventas e ingresos económicos. Por ello, existen dos épocas al año que se consideran como ideales para publicar discos de música: Diciembre, por la proximidad con la Navidad y el aumento desmesurado del consumismo que conlleva, y el intervalo Abril-Mayo-Junio, trío de meses que anticipa las vacaciones de verano (segunda época en la que más gente consume música) y, por consiguiente, la temporada festivalera. Y es que numerosos son los cantantes que admiten que no existe sensación igual a la de subirse a uno de esos escenarios multitudinarios y tocar para miles y miles de personas al exterior. Todo ello, vinculado al hecho de que una buena gira de festivales resulta una muy satisfactoria estrategia de promoción de un álbum, es evidente que un cabeza de cartel suele (y repito, suele) serlo por haber publicado un trabajo previamente durante los meses anteriores a la celebración del festival en sí.
Pero como toda regla (y no podía ser menos en el inestable mundo de la música), existen sus excepciones. Aquí es cuando entra en juego una de las bandas internacionales más aclamadas de los últimos años, los canadienses Arcade Fire. El festival nacional Bilbao BBK Live completaba el cartel de su (recientemente terminada) edición poco tiempo antes de comenzar la cuenta atrás para su celebración. Sin embargo, ya en Enero se conocía la noticia por la que estoy seguro se vendieron la mayoría de los abonos de esta edición de 2016: el regreso de Arcade Fire. Y es que no se trataba del típico comeback de grupo de rock legendario, el cual podría haber traído consigo perfectamente un lanzamiento de Greatest Hits o una re-edición de algún trabajo pasado. No. Arcade Fire se posicionaba como cabeza de cartel del Bilbao BBK Live sin ningún álbum nuevo entre las manos, cumpliendo así la friolera de dos años desde que se habían subido por última vez a un escenario para defender en directo su último LP, el brillante Reflektor (Merge, 2013).
Resulta -cuanto menos- interesante y curioso el hecho de que, ya de primeras, un festival (¡español!) haya decidido “arriesgarse” a traer a un grupo que, a pesar de poseer un indudable reconocimiento y un más que potente directo, no hubiese sacado al mercado un trabajo en los últimos meses. Una estrategia, sin duda, arriesgada que bien podría haber hecho pinchar a uno de los mejores festivales de nuestro país. Sí es cierto que, como todo macrofestival, Arcade Fire no eran los únicos cabeza de cartel (aunque quizá sí el más comentado y esperado), compartiendo escenario con otros de la talla de M83, Tame Impala, New Order, Grimes, Pixies o Foals. Sin embargo, la banda de Montreal sí se apoderaba del protagonismo del primer día, Jueves 7 de Julio. Un arranque de festival más que apoteósico, si tenemos en cuenta los datos de asistencia publicados por el propio Bilbao BBK Live, los cuales mostraban que el Jueves había sido el segundo mejor día de asistencia (por detrás del Sábado, teniendo en cuenta que es el último día y en fin de semana), con nada más y nada menos que 34.151 personas correteando por la hierba de Kobetamendi (Bilbao).
Con aproximadamente una veintena de canciones en el setlist y las casi dos horas de duración, Arcade Fire ofreció uno de los mejores conciertos del BBK Live (y del año en España, me atrevería a decir). Resulta innegable afirmar que la banda multidisciplinar liderada por Win Butler posee de sobra una cantidad suficiente de fans leales como para llenar tres veces el aforo del BBK. Por lo que ahora nos toca preguntarnos, ¿realmente es necesario publicar un álbum para llegar a ser cabeza de cartel de un festival importante y, aún más difícil, ofrecer un verdadero show que deje con la boca abierta a todo aquel que haya pagado una entrada? ¿Los festivales de música deberían primar más el talento, el nivel profesional y la calidad del directo de los artistas que contratan por encima del beneficio económico o el mero hecho de proporcionar un cartel “actual”?
Arcade Fire así lo ha demostrado, dejándonos a todos sin palabras, con el vello erizado y sin uñas que morder esperando e imaginando lo que está por llegar. Creo -y solo creo- que conseguir llegar a transmitir todo esto al público es mucho más enriquecedor para el artista (o, al menos, debería serlo) que dejarse la piel (y el dinero) por publicar un álbum de calidad musical más que discutible “a tiempo”, y así conseguir la supuestamente inalcanzable o utópica letra mayúscula.
Festivales del mundo: menos afán por ser meras máquinas de producir dinero, y más apostar por la calidad y la pasión por la música.