No había tenido un día demasiado tranquilo, de hecho, los vaivenes de esa jornada me dejaron tan agotada que me costó horrores acercarme al concierto de Jamie Cullum en Noches del Botánico. Pero el esfuerzo mereció la pena y el efecto sanador de la música se hizo presente. Salí del concierto nueva y con un ánimo muy distinto. Solo por esto, he de estar agradecida con la música y con Jamie.


Y pocos enamorados de la música lo transmiten tan bien como el Essex. Cullum no será el músico de jazz más ortodoxo de la historia pero hace una labor de divulgación encomiable (recordemos que tiene un programa de radio en la BBC en donde desata toda su melomanía obsesiva) y hace suyos los ritmos de jazz, de blues, de rumba, caribeños, discotequeros… Todos cosidos con el hilo y aguja de su arrolladora personalidad, porque Jamie es un tipo muy simpático que se entrega en cuerpo (de hecho, en más de una ocasión se acercó al público) y alma y consigue conectar rápidamente con los asistentes, haciéndonos cantar en más de una ocasión.

Se nota su amor hacia la música y sus nulos prejuicios, regalándonos viejos temas de los años 30 como ‘What a difference a day made’ o versiones de éxitos pop actuales, como ‘Don’t stop the music’ (de Rihanna) o ‘Shape of you’ (de Ed Sheeran). Por favor, más mentes abiertas como la de Cullum.  Tampoco faltaron los repasos a Jimi Hendrix con ‘The wind cries Mary’ o despidiéndose con ‘High and Dry’, de Radiohead.

Jamie también es un showman y a los fotógrafos les regala el primero de sus espectaculares saltos desde su piano, este instrumento que en manos del británico se transforma en un trampolín, en una caja de percusión (es habitual en sus conciertos que realice espectaculares solos de percusión) y hasta en su amante (a juzgar por los movimientos sensuales que hacía en ocasiones). Y sabe meterse al público en el bolsillo desde el primer momento, apareciendo en escena con la energía desbordante, camisa naranja y entonando su nuevo single, ‘Work of art’, plagado de percusión, que siempre funciona muy bien en los espectáculos masivos.

Pasado y presente musical se mezclan, con la precisión de un bisturí, en un espectáculo que es una oda constante a la música, en sentido amplio.

Tras casi dos horas de concierto, Jamie se despedía de su público madrileño, de diferentes edades, que le espera, fiel, a su próxima vuelta.

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