Ocellot apareció de forma fulgurante en la escena nacional con Molsa Molsa, un álbum psicodélico lleno de matices únicos e inigualables. Ahora, con Jelly Beat han ido más allá en su sonido.
El ser humano es un animal de costumbres, nos sentimos incómodos según qué cambios. A mí me mola creer que me gusta la psicodelia porque carece de patrones, porque cuando la escucho no sé qué esperar, y sin embargo, Jelly Beat me dejó helado nada más pulsar el play. No sonaba mal, ni muchísimo menos, el problema es que no era como Molsa Molsa, y me provocaba pereza ponerme a escuchar el disco en serio. Pobre yo, cayendo en la eterna trampa de la evolución de las bandas, la trampa del “molaban más en el primer disco”, la trampa de “siempre he tomado la tortilla de patatas sin cebolla y ya no pienso cambiar”. Suerte que no tengo problema en autodiagnosticarme estas taras mentales sobrevenidas y en decirme: “venga, que no duele”. A día de hoy no tengo ninguna duda acerca de Jelly Beat, ni acerca de Ocellot, la banda capitaneada por Marc Fernández y Elaine Phelan saben lo que hacen.
En realidad, lo que separa a Molsa Molsa de Jelly Beat no es tanto, tan solo unos metros de altura. Una vez salvada esa distancia, Jelly Beat es un placer para el oyente. Pasa en la psicodelia, que a mayor distancia de la superficie, más ligero y cómodo se siente uno, al contrario que en el cruel mundo real. Ya sabéis, si subís una montaña os sentís sin oxígeno, y si os sumergís en las profundidades, la presión os aplastará. Lo primero que sorprende de este álbum es la falta de ataduras, sobre todo en las melodías. Ya estábamos acostumbrados a esta ligereza en las letras, pero es muy agradable poder bucear o volar sin problemas a través de cada nota. Uno escucha Jelly Beat y flota: pura psicodelia.
‘Jelly Soul’ actúa de corte de apertura, de perfecto cicerone. Es una canción que se hace cortísima pese a sus loops, esto es porque siempre acaban desembocando en algo diferente. Sí que es verdad que hay “más letra” que en el resto del trabajo, pero a los que venimos del anterior álbum no nos viene mal este hecho. ‘Slow Dream’ continúa la obra y ya desde la primera nota desprende un innegable tufillo a hit. Cambian los efectos vocales, se acelera el ritmo, algún interludio nos despierta de la ensoñación… Porque ‘Slow Dream’ hace honor a su nombre, es como estar soñando: bonita e irreal. En ‘Tama’ percibimos de forma clara la evolución de Ocellot, más electrónicos y más centrados en incitar al baile con sonidos más étnicos. En cuarto lugar aparece la ibicenca ‘Sun Is Up’, que nos introduce más si cabe en esa cara bailable de Jeally Beat. Hay mucho de musical tropical aquí sí, pero también de amaneceres baleares en la playa. Muy destacable el sampleo usado, perfecto para que el sol se mantenga en todo lo alto durante veinticuatro horas.
‘Coco Farm Frogs’ inaugura la cara b del álbum, ofreciéndonos una encantadora parada con vistas al infinito. Oscura, nocturna y relajante. Como apunte freak, he de reconocer que su final siempre me lleva al mítico ‘Bike’ de Pink Floyd, solo que los patitos de goma son obviamente ranas. Retomamos el vuelo con ‘Fake Fat Jar’, el primer corte oriental de Jelly Beat. Ya es una constante encontrarnos con influencias de este tipo en los trabajos de Ocellot, y lo cierto es que es un recurso que casa a la perfección con la irregular regularidad del álbum. ‘Let Me Help’ ahonda más en el sonido de su predecesora, con un adictivo stop & go que nos traslada a un lejano escenario poblado por encantadores de serpientes y sombreros cónicos asiáticos. A estas alturas, el disco ya ha bajado mucho su ritmo, se apercibe el cierre, y el cierre no es otro que ‘Magic Calamansi’.
¿Es necesario hacer un disco de psicodelia con temas que duren el doble de lo habitual? Siempre ha sido así, y aunque no sea obligatorio, siempre es una buena prueba de fuego para sus autores. A lo largo de tantos minutos el oyente puede pasar el algodón y comprobar si la mente de los creadores está limpia. ‘Magic Calamasi’ cumple con los cánones de la psicodelia setentera: música libre, creada por amor al arte sí, pero a través del ácido o la inspiración más pura. Hay luz, hay agua manando de no se sabe muy bien donde, y hay una oscuridad incipiente que nos pone de nuevo los pies en la tierra. Cierran el álbum palpando con las dos manos la música ambiental pero sin terminar de caer en ella, el ritmo no se detiene tanto como para que nos aburramos. Jelly Beat se apaga, abrimos los ojos y volvemos a casa. Es un cierre largo sí, pero que no nos eche atrás su minutaje. Es el cierre perfecto, ligero y agradable.
¿De dónde ha sacado Ocellot todo esto? Piensa mal y acertarás: de su talento. Cuando uno hace música de esta clase es porque le gusta sí, pero también porque domina lo clásico, lo sencillo. El conocimiento musical que demuestran con este lanzamiento es tremebundo, tan tremebundo que resulta una temeridad ponerle etiquetas. Se pueden intuir cosas que ya han sonado en Animal Collective, en Secret Circuit, en Ash Rah Tempel, en Pernett, en Maku Soundsystem, en Bomba Estéreo o Cristobal and the Sea. Lo mejor de Jelly Beat es que es tan único en su conjunto, que suena a algo nuevo, a un territorio ignoto. Ahí reside el encanto del magnífico nuevo álbum de Ocellot.
Jelly Beat fue lanzado el pasado 20 de mayo de 2015 a través del sello Foehn Records y puedes escucharlo a continuación: