La llegada de HBO a España es un buen pretexto para recuperar una serie que no ha recibido demasiada atención en nuestro país, disponible bajo el título Los Conchords.
Ya ha transcurrido un lustro desde que The Artist se alzara con el Óscar a la mejor película. Pero su carácter casi mudo no fue el único motivo de que los premios entregados en 2012 fueran más silenciosos de lo usual: tan solo dos temas fueron considerados merecedores de ser nominados en la categoría de mejor canción original. Finalmente el ganador fue un tal Bret McKenzie con el tema ‘Man or Muppet’, extraído de la película The Muppets. ¿Y quién era este músico neozelandés? Solo los fisonomistas más frikis hubieran podido reconocerlo como uno de los extras que aparecían fugazmente en las adaptaciones de El señor de los anillos dirigidas por su paisano Peter Jackson, interpretando un personaje que fue bautizado como Figwit por la afición aunque posteriormente recibiera el nombre oficial de Lindir.
Sin embargo, la popularidad de McKenzie no se debe a aquel rol de elfo casi anónimo en La comunidad del anillo y El retorno del rey. Junto con Jemaine Clement, McKenzie formó el dúo musical cómico Flight of the Conchords en 2000, iniciando una andadura que, tras numerosos conciertos, apariciones en televisión y hasta un serial radiofónico en la BBC, terminaría por desembocar en una serie homónima para el canal HBO, comenzando su emisión original en 2007.
Flight of the Conchords emplea un formato clásico de sitcom, con episodios que rondan los veinticinco minutos de duración, para relatar las desventuras ficcionadas del grupo que le da nombre. Tras emigrar a Nueva York desde su Nueva Zelanda natal, Bret y Jemaine se esforzarán en vano por ganarse la vida con su música mientras alternan fracasos sentimentales con otras miserias cotidianas, recorriendo las convenciones de género habituales al hablar de artistas en precario. El universo al que esta serie nos permite asomarnos está poblado por una delirante galería de personajes recurrentes, destacando un representante que lo ignora todo sobre la industria musical, la enloquecida presidenta de un club de fans inexistente o un amigo de pasado militar impostado que regenta una casa de empeños. Pero son sus números musicales lo que convierte Flight of the Conchords en una comedia memorable. Estas canciones, que funcionan a modo de monólogo interior de los protagonistas, se construyen en el apartado sonoro como ejercicios de estilo que, además de folk y rock, incluyen amagos de rap y synthpop más bien ratonero. Sus letras son predeciblemente absurdas, capaces de dedicar a una chica el burdo elogio de ser la segunda más guapa de la fiesta, o de enumerar palabras aleatorias en francés en un intento fallido de aparentar sofisticación.
La serie llegó a su final en 2009, tras tan solo dos temporadas. Jemaine Clement ha señalado como causa principal la enorme cantidad de trabajo involucrada en su producción, especialmente en la elaboración de los dos o tres números musicales incluidos en cada episodio. En los años transcurridos desde entonces, tanto McKenzie como Clement han estado ocupados en diversos proyectos individuales, con el primero trabajando principalmente como compositor mientras el segundo continuaba explorando su faceta de actor en películas como el reciente falso documental What We Do in the Shadows. Y, a pesar de que ocasionalmente ambos músicos se reúnen para girar como Flight of the Conchords, es muy improbable que podamos disfrutar de futuras peripecias de la banda en formato televisivo. Nos queda el streaming.