0 de febrero, Joy Eslava, Madrid. Hay una parejita a mi lado que me llama la atención, él la rodea con los brazos y es evidente que se quieren, pero creo que no es un amor reciente, no es algo estacional, no es fatuo. Se quieren de esa extraña forma íntima que no resulta incómoda de ver, a un nivel de profundidad poco frecuente para los voyeurs como yo, de una forma tan armónica y apaciguadora que desarma. Me siento un poco mal por echarles las miradas furtivas que no puedo resistir dirigirles, pero es tan bonito lo que veo que, por mucho que me lo proponga, no puedo dejarlo.
La Joy está llena, Big Thief han colgado el cartel de «todo vendido» hace tiempo ya, y no es para menos: sus dos discos de 2019, U.F.O.F. y Two Hands ocuparon los primeros puestos de una asombrosa cantidad de listas de lo mejor del año a lo largo y ancho del globo. Mientras aguardamos que Adrianne y los suyos salgan al escenario, nos entretienen Pays P, trío parisino que propone sonoridades post-rock combinadas con una performance poética spoken word. Tienen media hora a su disposición y traen a la capital española algo nuevo, algo a lo que no está acostumbrada y, sobre todo, algo para lo que no está preparada esa noche. Cruzan sin pena ni gloria una Joy Eslava tan aturdida que apenas les dedica unos aplausos.
Pasa media hora y la audiencia espera con impaciencia y deleite que los estadounidenses aparezcan, como ese par de amantes que cuentan los segundos de camino a su encuentro. Al fin las luces se apagan y un silencio sepulcral y un respeto litúrgico se ciernen sobre la sala.
Hace falta valor para arrancar un concierto con dos canciones inéditas, pero Big Thief no vacilan. La audiencia parece no saber bien cómo recibirlas, en un estado entre la excitación por la novedad y la incomodidad de no poder unirse en la ejecución. Y es mientras el público está en ese estado de frustración que los de Brooklyn asestan el primer tiro, directo al corazón, sobre las notas de “From“. Adrianne se ve frágil y compungida, pero también dura y curtida; alguien a quien la vida ha dado tantos azotes que parece vivir en una suerte de antítesis vital de negación resignada. La delicadeza de unos acordes extrañamente dolorosos la acompañan, y puedo comprobar que todos a mi alrededor vislumbran el precipicio que la cantante arrastra consigo. Y no sé si es cosa mía, pero me da la sensación de que esa es la razón de que casi nadie se atreve a cantar en un tono audible, es una muestra de respeto, de admiración, de amor.
Cambia la cosa cuando arrancan “Shark Smile“, tema de ritmo vibrante como esa aventura por carretera con tu amante —en su acepción bonita, la que significa «Cada una de las dos personas que se aman»—, que emociona, estremece y ablanda a partes iguales. Con los primeros acordes de “Shoulder” todos saben ya lo que viene y no pueden contener vítores de júbilo, pero yo no logro evitar un pensamiento intrusivo. Es entonces cuando me doy cuenta de que Adrianne está situada a un lado del escenario y da la sensación de una mujer un poco indefensa, como antaño me lo pareció la Sharon Van Etten anterior al empoderamiento que la llevó a Remind Me Tomorrow. La cantante interrumpe mi pensamiento para desintegrarme el corazón con un grito sofocado: «And the blood of the man who’s killing our mother with his hands / Is in me / It’s in me / In my veins». Siento su dolor como el mío propio. Sin darme el tiempo de poder recuperarme, arrancan con “Not” y ella, otra vez, demuestra su fiereza: destripa su guitarra y la canción simplemente te golpea desde todas las direcciones, tan fuerte que ni la ves venir y no puedes reaccionar ni defenderte ni oponer resistencia. Te ataca, derrota y somete con la potencia de las que, sin duda, son las mejores guitarras del panorama musical actual.
Saben que se han pasado en esta riña de enamorados y para hacer las paces nos ofrecen “Paul“, una balada dulce y mecedora. Tienen un magnetismo del que es difícil librarse, es casi imposible quitarles el ojo de encima, pero con el rabillo percibo algo, levanto la mirada y veo que en la sala hay cientos de estrellas bailando.
Aceptamos encantados las disculpas y ellos no vuelven a ser prepotentes, ha sido un desliz, una rabieta de enamorados. Prosiguen con “Cattails“, “Masterpiece” y “Forgotten Eyes“, y nos tienen en el bolsillo, nada queda de esa herida que nos acababan de infligir.
Se confían entonces y deciden sorprendernos con otros dos nuevos cortes, pero quien mucho abarca, poco aprieta y tras buscar los acordes dos veces, abandonan el intento, enfriando un poco ese renovado amor que sentimos.
Dejan para el cierre “Real Love” —de nuevo, pocas guitarras hay así en la actualidad— y “Mary“, cuya armonía es sencillamente perfecta para reconciliarse con el público; pregunta Adrianne «Will you love me like you loved me in the January rain?». «El amor es difícil, pero nosotros lo intentamos», parecen decir. Asestan el golpe de gracia y se van, sin encore y sin dilación.
Una noche preciosa y cercana a la perfección: un setlist equilibrado y en el que tienen la misma importancia los dos últimos elepés y los dos primeros, Masterpiece (2016) y Capacity (2017), así como las canciones nuevas (cuatro). Una noche casi impecable, por algún momento levemente decepcionante, unos pequeños altibajos como esos arranques fallidos o los cinco minutos de cháchara filosófica sobre amplis que debió haberse quedado en el local de ensayo.
Esa pareja aún sigue abrazada cuando se encienden las luces y, estoy segura, ellos también tienen sus escaramuzas.