Volcano es la reinvención de la reinvención, una nueva interpretación de lo que ha de ser el pop psicodélico, por parte de Temples. El único álbum de 2017 que -por el momento- homenajea a 1967 sin perder la originalidad.
La inminente llegada del Volcano de Temples hizo brotar de mí un sentimiento similar al que tenía en la infancia en la víspera de Reyes. Llevo desde 2013 siguiendo al cuarteto de las Midlands, y los adelantos que se habían ido filtrando -con cuentagotas- me hacían prever algo bueno. Sin embargo no sabía que iba a serlo tanto. Han pasado tres semanas desde su estreno y afirmo con total rotundidad que estamos ante un disco, que como poco, es igual, en términos de calidad, que el ya magnífico Sun Structures.
Sé que hay controversias, sé que hay gente decepcionada. Es más, entiendo a esa gente. Vivimos en la generación pokémon, somos unos románticos, queremos que todo siga igual para siempre. Sin embargo Temples no son Pikachu, ellos tienen derecho a evolucionar, a crecer, a desarrollarse, a ser felices con su trabajo y a transmitirnos su alegría. Hay una serie australiana que se llama El Incidente Kettering y bien podría titularse así la trayectoria del grupo, que parecen beber de una marmita que no tiene fin. Habrá que investigar si la cercana University of Cambridge ha repetido el experimento que hace más de medio siglo provocó el nacimiento de Pink Floyd.
Porque Volcano es música pero trasciende a ella. Es el maridaje perfecto entre la atractiva sencillez del pop y la intrigante complejidad de la psicodelia. Es un gigantesco puente cuyos pilones se hunden en la década de los sesenta y se elevan hasta el futuro atravesando múltiples etapas y estilos musicales: rock progresivo,glam, j-pop, brit pop, synth pop… Hay algo que emparenta a estos cuatro treintañeros con gigantes como David Bowie, Kevin Ayers, Marc Bolan o Syd Barrett. Y no es otra cosa que esa vocación de permanencia en nuestra mente. A diferencia de otros autores, que “solo” parecen buscar la alteración de las emociones o la inmersión en un determinado estado mental, Temples quieren que además los tararees, que los silbes, que los acompañes con palmas. En definitiva, quieren que te lo pases bien, aunque el precio a pagar sea no ser tan ácidos como otros.
Analizar esta obra “canción a canción” es una tarea compleja. Volcano es una erupción brutal que descarga su ira comenzando por ‘Certainty’ para después, con parsimoniosa elegancia, ir entregando toneladas de magma hasta abrasar nuestro cerebro. ‘Certainty’ es la liebre, colocarla en primer lugar es un ejercicio de alto riesgo que ha acabado saliendo bien. Es el sencillo por excelencia, la canción que todos corearemos con un “lololo” en directo. Además, su letra -ojo que esto va a ser una constante- nos mete de lleno en el mundo de las dudas existenciales, todo un clásico. Nadie mejor que James Edward Bagshaw describe lo que es ‘Certainty’:
I wanted to create something with almost an eerie, early Disney vibe, something playful and harmonious, but with a dark twist.
Pese a lo novedoso que nos pueda parecer el sonido, hay concordancias con temas del pasado como ‘Keep In The Dark’ y ‘A Question Isn’t Answered’. ¡La clave está en los graves!
A continuación aparece la canción que debería haber abierto el álbum si el planteamiento hubiese sido más clásico (de hecho es el tema con el que abren los directos). Se trata de ‘All Join In’, una melodía plagada de fuegos artificiales que ponen los vellos de punta por su más que buscada a la vez que impostada grandeza.
Someday soon there’ll be nothing left for you to laugh about / Are we having fun yet?
Los sonidos primaverales invaden por fin el disco. ‘(I want to be your) Mirror’ es chamber pop, es más barroca, suena como si tuviesen una orquesta detrás de ellos. Destacaría por encima de todo el fragmento del tema que va desde el 3:17 hasta el 3:41. No sé si es más increíble escuchar cómo se meten en un lío que tiene pinta de acabar en un penoso desarrollo, o si escuchar cómo lo resuelven con un simple riff. Puro talento al servicio de su majestad la música.
¿Qué decir de ‘Oh the Saviour’? Si en su día expliqué cómo ‘Sun Structures’ era capaz de sostener todo un álbum, ahora debería hacer lo mismo con esta. Es más, la demostración de habilidad y talento citada en su predecesora en Volcano, se queda en nada ante esta obra maestra. ‘Oh the Saviour’ es la llave que te abre todas las puertas: es la portada, la contraportada y el interior del LP. El uso de las guitarras acústicas le da un punto de calidez acogedor, pero a la vez, a medida que el corte avanza, podremos ir comprobando cómo la intensidad aumenta, cómo se van incorporando nuevos ingredientes sonoros, cómo va tornándose su tonalidad, para acabar conformando una obra inabarcable. Esta mezcla entre lo orgánico y lo robótico es una habilidad que atesoran pocos: The Saviour es una especie de edulcorado -pero mortal- Terminator musical, el verdadero sostén del disco.
Mr. Sound falls like a mountain / Like a volcano erupting / On a boat on the molten lava.
‘Born into the Sunset’ no era de mis canciones favoritas de primeras y tampoco lo es ahora. Sin embargo, a medida que la iba escuchando, la iba entendiendo cada vez mejor. Sigo pensando que está lejos de ser uno de los temas fuertes, pero tiene poso, y apoyada por las siempre excelentes estructuras musicales de Temples -en esta ocasión se reservan lo mejor para el final-, acaba lo suficientemente arriba como para encajar en el conjunto sin desentonar.
Cierra esta primera mitad ‘How would you like to go’, un corte oscuro, de atmósferas densas, cercana al sonido espacial. Aquí Temples sí que meten de lleno en la ola psicodélica que llegó desde Australia capitaneada por Kevin Parker, aunque las reminiscencias a Pink Floyd en la progresión de acordes permiten salvar las esencias inglesas del grupo.
‘Open Air’ abre la cara b a toda pastilla como perfecto contrapunto a su predecesora. De repente estamos marchando a ritmo motorik, pero con un cierto soniquete pop que no rehuye de lo barroco. Aquí encontramos otro de los ingredientes secretos de Temples: ser impredecibles. Escucharás la canción mil veces y seguirás echando de menos ciertas repeticiones, siempre levantarás la cabeza pensando: «joder, qué bien queda ese intervalo instrumental».
Ay, llegamos a ‘In my Pocket’ (perdón por el suspiro). Reconozco que aparentemente no es una de las canciones con más sustancia del álbum, pero es un ejercicio perfecto (sí, de diez sobre diez) de lo que es el pop psicodélico. Su sencillez abruma, pero el uso de efectos va provocando un estado de ensoñación del que uno no quiere salir nunca. No sé si pierdo la cabeza afirmando que estamos ante la ‘See Emily Play’ de nuestros días, posiblemente, aunque tendrá que ser Zachary con sus flores quien lo confirme.
I’d like to put you in my pocket / Put you in my pocket each day / And watch the clouds.
‘Celebration’ es una oda a la cámara lenta, a la cámara súper lenta. Os invito a que aumentéis la velocidad de la canción (sin cambiar el tono) para que así seáis plenamente conscientes de ello, con hacerlo un 50 % es suficiente. Siendo sincero, también he de reseñar que es el tema flojo de la cara b, pese al punto etílico que le imprimen. A su favor está el hecho de que esta especie de sacrificio acaba logrando que lo que viene después sea más grande si cabe.
Si ‘Mystery of Pop’ no es la canción de esta segunda parte es porque la canción que cierra Volcano es una de esas canciones que trascenderá 2017. ‘Mystery Of Pop’ es una invitación al baile, a las palmas y a dejar la mente volar libremente. Fans de Bowie, aquí tenéis uno de los más grandes homenajes que se le harán al mito de Brixton:
I want to flow / Through the valley of tranquil cadence / Move the chasm of the night / Most want to know / That I’ve listened to the best of Bowie / And that’s the way that pop must go.
‘Mystery of Pop’ tiene mucho de autobiográfica y en cierto modo es un tratado sobre la música popular contemporánea. Ritmo alto, letras con las que sentirse identificado y un estribillo poderoso.
Vamos llegando al final y nos topamos con ‘Roman Godlike Man’. Thomas Warmsley, me has puesto en un compromiso. La canción, en su versión en directo, suena demasiado parecida a ‘David Watts’ de The Kinks (que a la vez tomaron prestada Pink Floyd para ‘Grantchester Meadows’). Si un grupo actual puede empuñar la bandera del pop rock inglés (que no británico), ese es Temples, pero no deja de sonar raro. Los de Kettering han estado lo suficientemente habilidosos como para que en el estudio de grabación suene diferente, tanto que podría decirse que tiene personalidad propia. Si en esta melodía han tropezado The Kinks, Pink Floyd y Temples, no seré yo quien ose alzar la voz contra ella. ¿Estamos ante un bonito homenaje?
Volcano apareció en nuestras vidas con ‘Certainty’, se irá de ellas con ‘Strange or Be Forgotten’. Psicodelia de cadencia alta, con el punto justo de acidez, con ecos infantiles y con mensaje en la letra. ‘Strange or Be Forgotten’ también se acerca al sonido clásico (?) de Temples, esa especie de pop espacial que sin tirar tópicos groseros, acaba gustando a todo el mundo. Los ingredientes no son otros que el groove, el eco, las repeticiones, los falsetes y por supuesto la arquitectura. Hay que dar hasta cuatro pasos para llegar al estribillo, cuatro zancadas de placer que se ven rematados con:
Strange, strange or be forgotten / Abstain from the passing fashion / If fame is really an illusion then / Be strange, strange or be forgotten.
Historia que tú hiciste, historia por hacer.
No quiero cerrar esta parte de la reseña sin citar a ‘Henry’s Cake’ y a ‘Fortune’, aunque solo sea por encima. ‘Henry’s Cake’ es una de las canciones extra que aparece en la edición japonesa de Volcano y fue la primera que pudimos escuchar en directo (en el SOS 4.8 por ejemplo). Lenta pero arrolladora, con una producción que casi roza el exceso, ‘Henry’s Cake’ es surrealismo en estado puro: podía haber entrado perfectamente en el disco en lugar de ‘Born into the Sunset’ o ‘Celebration’. ‘Fortune’, por su parte, es el regalo que ofrece FNAC en Francia a sus clientes. Creo que nunca he escuchado a unos Temples tan oscuros. Tanto, que se arrastran lentamente a lo largo del minutaje (casi cinco minutos), con unos dejes orientales que quizás muchos habrán echado de menos. En esta ocasión entiendo que se haya quedado fuera del montaje definitivo.
Volcano es una obra que confirma que Temples van en serio, que no han sufrido el síndrome del segundo disco. Su sonido ha evolucionado sin olvidar sus orígenes y sin bajar la calidad ni un ápice. La magia sigue presente -y de forma sobresaliente- en la producción: Bagshaw sabe que ser un genio en el estudio da puntos extras en el examen final. Por si fuera poco, las letras, críticas con los tiempos en los que vivimos, navegan por las turbulentas aguas de nuestra mente, cuestionando nuestro pasado, nuestro futuro y nuestra propia existencia. Y a la vez, va dejando guiños que harían que el más serio de los hombres esbozase una sonrisa. Inglaterra siempre fue pionera en el pop, y en el maridaje de este género con la psicodelia, tanto a través de las melodías -soporte- como de las letras -mensaje-, y ellos son unos de los más dignos herederos de este sagrado linaje. No sé si en el futuro recordaremos a los miembros de Temples como hoy día hacemos con -por ejemplo- Syd Barrett o David Bowie (son jóvenes y acaban de empezar), pero en nuestros días, los nombres de bandas y artistas que siguen evolucionando esta rama de la música son más bien pocos. En sus cabezas y manos esta lograrlo.
Gracias, Temples.