The Piper at the Gates of Dawn fue el primer LP de The Pink Floyd (en el vinilo venía así reflejado el nombre de la banda), cuando Syd Barrett aún lideraba el grupo. Fue publicado el 5 de agosto de 1967, así que hagan cuentas…
Algo grande se cocía junto a John, Paul, George y Ringo en los estudios de Abbey Road mientras se acercaba la primavera de 1967 y no era el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Syd, Roger, Rick y Nick se encontraban enfrascados en la grabación de su primer LP, The Piper at the Gates of Dawn. Por si no lo sabías ellos cuatro formaban The Pink Floyd.
El nacimiento de The Piper at the Gates of Dawn fue un parto difícil, aunque no tanto como el del sargento vecino. Si The Beatles tardaron cinco meses, The Pink Floyd tardaron tres, fruto de poseer menos dinero y de la prisa de EMI, que sabía que en la mina de ‘Arnold Layne‘ había nuevas y brillantes joyas. Perdón por la reiteración, pero no viene mal situarse de nuevo en el espacio y en el tiempo: Londres, 1967. En aquellos días, en aquel lugar, se estaba registrando lo que la bulliciosa mente de Syd Barrett había imaginado durante 1966. Allí, en Earlham Street, Barrett había estado creando melodías imposibles que parecían llegadas del espacio, tan increíbles como la serie radiofónica Journey Into Space de la BBC, así como otras que innovaban jugando con la música que sonaba en aquellos días: el pop, el jazz, el folk y el R&B. También, pasaron a la posteridad de las cintas de grabación las letras, que descendían directamente de los Cautionary Tales, de The Wind In The Willows -cuyo séptimo capítulo le da nombre a un álbum que iba a titularse Projection-, de A Book of Nonsense, de Alice’s Adventures in Wonderland o de Through the Looking-Glass, and What Alice Found There, que se entrelazaban con elementos más personales del autor como lo eran Cambridge, el I Ching e incluso alguna novia. Lo que The Pink Floyd estaba haciendo era firmar una nueva etapa en la historia de la música, yendo más allá del Revolver. Syd, Roger, Rick y Nick estaban sentando las bases de la psicodelia británica y de su propio futuro como banda.
Las canciones de The Piper at the Gates of Dawn pueden dividirse -con trazo gordo- en dos grupos:
- Las largas, fruto de las improvisaciones del directo: ‘Astronomy Domine’, ‘Interstellar Overdrive’ y ‘Pow R. Toc H’.
- Las cortas, casi siempre de tono casi infantil: ‘Lucifer Sam’, ‘Matilda Mother’, ‘Flaming’, ‘Take Up Thy Stethoscope and Walk’, ‘The Gnome’, ‘Chapter 24’, ‘The Scarecrow’ y ‘Bike’.
Con las excepciones de ‘Interstellar Overdrive’, ‘Pow R. Toc H.’ (ambas firmadas por los cuatro miembros de la banda) y ‘Take Up Thy Stethoscope and Walk’ (obra de Roger Waters), las canciones venían directamente de la mente de Barrett. Alcanzado este punto del análisis, con el disco desplegando sus temas, se antoja crucial aclarar la lógica seguida en el orden de las canciones, iniciándose el viaje en la majestuosa ‘Astronomy Domine’, cerrando la cara A con una visita al doctor de ‘Take Up Thy Stethoscope and Walk’ para ver si la alucinación tiene cura, abriendo la B con el nuevo despegue rumbo al espacio de ‘Interstellar Overdrive’ y finalizando la aventura en la habitación de ‘Bike’, que con las visiones aún candentes, nos invita a realizar otro paseo haciendo sonar nuevas melodías. Es importante hacer notar esta clasificación de los temas: le otorga sentido al conjunto, una redondez que muchas veces le ha sido negada.
Ese rechazo nace de la falta de conexión temática entre las canciones, una baza que Pink Floyd explotaría más adelante pero que en la época Syd Barrett simplemente no estaba ni proyectada. A estas alturas, cincuenta años después de su publicación, parece obvio que la temática central de The Piper at the Gates of Dawn es la infancia y la adolescencia proyectada a través de diferentes aventuras que recorren el mundo conocido -la mismísima Gran Bretaña- y otro aún por conocer, usando como combustible el LSD. También hay patrones comunes presentes en diversas canciones, que acaban por hermanarse. ‘Astronomy Domine‘ e ‘Interstellar Overdrive‘ son dos de las canciones fundadoras del rock espacial, una verdadera revolución capitaneada por Dan Dare. La primera porque le ponía letra y sello al sonido, marcando para siempre lo que tendría que ser el género, del que era inseparable el Binson Echorec de Syd y su manejo de la técnica del slide. La segunda porque marca el manantial desde el que empieza a fluir el género, esa especie de jazz caótico. En ‘Interstellar Overdrive’ la desorientación desaparece cuando emerge el legendario riff, el cual dicen que Barrett sacó de la serie Steptoe and Son, y que es considerado uno de los mejores de la historia sin ser para nada complejo. ‘Matilda Mother‘ y ‘Bike‘, salen a relucir como recuerdos del jardín de infancia, como frágiles fantasías ocultadas por oscuras nubes. Además aquí podría sumarse también los febriles viajes de ‘Flaming‘ y ‘Pow R. Toc H.‘. En algunas de ellas hallamos al mejor Rick Wright, capaz de competir en protagonismo con Syd. Y por supuesto nos damos de bruces con la creatividad del genio de Cambridge, capaz de jugar con la estructura de los temas sin desnaturalizarlos. ‘The Gnome‘ y ‘The Scarecrow‘ retratan con parsimonia esa Inglaterra rural, alejada del bullicio londinense, con unos tintes folkies que también resuenan en ‘Chapter 24‘. Con un tempo más lento y a base de sencillas repeticiones, The Pink Floyd construyeron esta serie de canciones, las cuales forman los valles que todo oyente necesita para no acabar atropellado. Ahí, ‘Lucifer Sam‘, hermanada por la visión costumbrista, le pone el contrapunto de ciudad, con un gato infernal que emerge del primigenio R&B de la banda con un ritmo alto y un sonido cristalino. Se queda algo alejada de la ecuación ‘Take Up Thy Stethoscope And Walk‘ -quizás por sonar demasiado lógica, demasiado ajustada a los cánones de acordes que Syd no seguía- de un Roger Waters que aún estaba buscando su estilo. Sin embargo, incluso la composición del otro Roger acabó encajando en esa infinita pintura que es The Piper at the Gates of Dawn.
Para que el conjunto funcionara, para que las letras no expresaran una cosa mientras la melodía proclamaba otra, Syd Barrett destrozó los cánones musicales, buscando nuevas estructuras que se ajustaran como un traje hecho a medida a sus historias, y trazando los diferentes saltos y altos en el viaje con cambios de compás que nadie va a aprender en una escuela de música (el 4 / 4 podía evolucionar en casi cualquier cosa). Barrett con apenas 21 años fue capaz de escribir en oro su nombre en la historia de la música, logrando sonar pop -en una época donde había pop de calidad en abundancia- a la par que underground. Ahí nació la leyenda de Syd Barrett, cuya carrera no tendría mucho recorrido, pero cuya breve obra refulgirá para siempre. Pero… ¿Y sus compañeros? El desempeño de ellos es brillante. Waters no estaba listo para ser un líder musical, pero sus líneas de bajo dejaban ver lo que se avecinaba (en ‘Lucifer Sam’ es quizás donde se aprecie con más claridad). Wright fue capaz de ser coprotagonista a las voces y con el órgano / piano, teniendo momentos verdaderamente brillantes, perfectamente integrados en unas canciones que le eran ajenas. Mason… Nicky Mason -como viene acreditado en la contraportada del LP- simplemente era el batería ideal para la banda, capaz de soportar cualquier registro sin asumir demasiado riesgo (eso era cosa de Syd si acaso). Tampoco podemos dejar de lado las aportaciones de Peter Brown, ingeniero de sonido, ni de Norman Smith, productor, porque ellos fueron los encargados de adiestrar en el estudio al asilvestrado cuarteto.
A nivel visual, apartado importante para un grupo que estaba a la vanguardia del uso de las luces en sus directos, hay que darle el mérito de la mil veces copiada portada a Vic Singh y de la contraportada al propio Syd Barrett. Para A Saucerful of Secrets, segundo álbum del grupo, ya entraría a trabajar el colectivo Hipgnosis.
The Piper at the Gates of Dawn es el álbum fundamental de la psicodelia inglesa. Ojo, no lo es porque sea el primer disco de este estilo que sale del Reino Unido, lo es porque es capaz de tomar componentes eminentemente británicos y plasmarlos en un LP. Syd Barrett, junto a Ray Davies y John Lennon, fue el primero en hacerlo, desechando influencias literarias nórdicas y los sonidos que llegaban desde la Costa Oeste de los Estados Unidos. Todavía, a día de hoy, nadie ha sido capaz de igualar la receta de Syd, cuyo ácido queda disuelto entre versos decimonónicos y verdes praderas. The Piper at the Gates of Dawn es una llave mágica que abrió muchas puertas permitiendo la entrada a mundos de ensueño sin tener salir de casa.
For all the time spent in that room
The doll’s house, darkness, old perfume
And fairy stories held me high on
Clouds of sunlight floating by.
Oh Mother, tell me more
Tell me more.