Jornada del santo-sábado-santo del SanSan. Y no. Esto no es un trabalenguas. Esta es la LA ANTICRÓNICA del festival.
(¡¡Aviso!! Cualquier parecido con la realidad es pura susceptibilidad, amiguete. No te rayes demasiado. Pero el caso es que se parece tela…).
Tengo un jefe muy majo, pero el tío es un cachondo de manual. Como sabe que en lo segundo puedo competir con él y que de caletre voy bien servido, mientras el muchacho se maneja entre bambalinas informáticas del WordPress y de las RRSS, padeciendo el trabajo silencioso que yo tanto odio, me ha mandado de excursión a Benicàssim.
Relata lo que ocurra el sábado y a ver qué tal la experiencia con Los del Río en un festival indie… o lo que sean ya esas mandangas. Seguro que te entretienes un rato, te alejas de tu sociopatía en alza, y si te explayas un poco… Hasta puede que escribas algo en condiciones. Que vaya racha llevas, nene…
El tipo lleva mucha razón, la verdad; y como soy muy obediente y me gusta preparar con tiempo estas cosas del relato y la crónica, me pegué a rueda de un grupo de chicos aparentemente saludables. Ellos me aceptaron en su clan de buen gusto. Me invitaron a su apartamento, compartieron sus víveres conmigo y supieron llevar a un pobre granadino hacia los tramos más lisérgicos y divertidos de la A7. Me dejaron poner el último de Los Planetas y todo. Cojonudos.
Consideré que tres días sería un tiempo prudencial para aclimatarme y rendir al máximo el día D, a la hora H. Eso de Los Del Río tenía pinta de ser más duro que el desodorante de Bruce Willis, y yo no estaba dispuesto a rajarme a esa altura del partido.
El primer día, lo típico.
No, no, prefiero no beber demasiado al mediodía, que queda mucha tralla. No, no. Bueno, un poco. Un poco más. Sí, vale… Dame veneno que quiero morir bailando… Y qué buenos los carajillos por aquí, ¿no? Y qué tal si te vas duchando tú primero, mientras nos echamos otra copa. Y, tú, ¿no querías coger la acreditación y ver a Manel?…
Vueltas y vueltas de más con el taxista que se hace el despistado, aunque tú le repitas sin sentido que estuviste en el FIB de 2002, cuando todavía tenías la esperanza de que aquel año sentarías la cabeza, conseguirías un trabajo de verdad, te comprometerías con tu chica y que en serio, ese sería tu último festival.
Pulsera para acreditarte que te corta la sangre y te inflama la mano, tras un safari por descampados con trincheras, dunas, vallas, obstáculos con ría y algún que otro espacio minado. Un tipo de seguridad que te cachea de forma vehemente y salvaje hasta dejarte sin aliento y con ganas de pedirle el teléfono -por menos restregones me he enamorado, ya antes, media docena de veces-.
Civiles petados, pertrechados de metralletas y de boinas muy cuquis con caída crochet -raro es que ningún modernillo gafapastas lo haya copiado todavía- apremiándote con caras de multa de las gordas… Y tu primer palo en la barra de bienvenida. En fin. Lo que viene siendo lo normal.
Tras la broma modo lujo asiático de los tokens por las bebidas (4’50 euros por la cerveza pequeña y 9 por la de litro, 3 euros el chupito de anís de marca Tenis -lo juro- o 3 euros el botellín de agua), Sansito y yo nos cruzamos las miradas por primera vez. Aquello fue premonitorio. Nuestra relación no tenía marchamo de terminar en nada bueno. Él me aguantó la mirada un poco más y tropezó con un puesto de algo muy caro que no servía para nada. Levantó el puño y me dijo algo de muy mal gusto en valenciano. Yo, entre dientes, le maldije en granadino. La verdadera confluencia de la España multinacional: el insulto nos funde en una, grande y libre.
Tras disfrutar de Manel bastante (para cuándo una hora más decente para ellos en un festival), de Fuel Fandango mucho (espectacular Nita; qué mujer más intensa) y de Niños Mutantes inmensamente (qué corto se me hizo su concierto), gastarme todo lo que llevaba encima en cerveza a mano armada y participar en varias tertulias de gafapastas y pasados, volví a coincidir con Sansito.
Él no se acordaba de mí, pero me entró diciendo que le sonaba mi cara de algo (menudo capullo, pensé, si lleva todavía media docena de chapas clavadas en el culo…). Me invitó a unos chupitos de anís del SanSan (¡Anís Tenis!), que te entraba en el esófago como una horda de alemanes en la Polonia del 39, y terminaba reventándote el bazo a la manera de Kim Jong-Un su consejo de ministros. Me estuvo calentando la cabeza, mientras bebíamos, sobre la posibilidad de una guerra nuclear o de un nuevo telón de acero, y de que había dicho a su madre que era Community Manager del SanSan, cuando en realidad era la puta mascota.
Tras emborracharnos juntos nos despedimos insultándonos. Otra vez. Me habían dicho que las mascotas de peluche gigante tenían mal beber, pero esta desafiaba cualquier previsión por arriba. Insultó al Dios Jota y yo por ahí sí que no paso… Le tiré por encima los restos de una cerveza ajena y le dije algo así como te reviento, anisainómano. Ah. Y salí corriendo.
(CONTINUARÁ… Coño, que queda la hora D y la hora H).