La suplantación de identidad como modus operandi: los casos sufridos por David Otero (El Pescao), Les Luthiers o Takashi Niigaki


Ser o no ser, esa es la cuestión. Hamlet recitaba estos traducidos versos que más tarde se convertirían en la coletilla con la que muchos acompañan conversaciones en las que hacerse los interesantes. ¿Que si han leído a Shakespeare? Posiblemente no, pero la declamación del príncipe danés ya forma parte del colectivo popular. Ser o no ser. Dar o privar. Esa partícula negativa que transmuta cuerpos en espectros debido a la privación de entidad. Pese a los avances tecnológicos y a las (supuestas) herramientas de mejora de la defensa personal, los casos de fraude por suplantación de identidad también están en alza en el mundo de la música, tal y como se conoció hace unos días con la acción sufrida por El Pescao.

David Otero, anteriormente conocido artísticamente como El Pescao, sufrió en primera persona lo que supone descubrir cómo una persona totalmente ajena a ti (y a tus circunstancias) consigue aumentar su cuenta corriente de manera rocambolesca gracias a tu nombre y tu firma. Entre 2007 y 2009, un supuesto timador se hizo pasar por él como herramienta con la que conseguir estafar a entidades como el Málaga C.F., Acciona, la Fundación Cesare Scariolo, la Fundación Samuel Eto’o o la Fundación La Bruixa d’Or. La razón de estas acciones era tan sencilla como, aparentemente, bienintencionada: recabar fondos para niños enfermos de leucemia, bien mediante donaciones bien por medio de actos y conciertos benéficos del falso David Otero. El supuesto timador no estaba solo ante el peligro y formaba pareja con su particular Bonnie Parker, quien le ayudó en las labores administrativas, falsificaciones de firmas y faxes. Si ya el caso resulta surrealista, resulta aún más sorprendente al conocer que el supuesto timador ya fue procesado y condenado anteriormente al hacerse pasar por un integrante de Mago de Oz para estafar al R.C.D. Mallorca. Se desconoce si se trata de un músico sin talento (ni suerte) suficientes para triunfar en el mundo de la música o si esos 130.000 euros recaudados son su particular manera de emitir su juicio ante la situación del fútbol en España.

Sin tratarse del fraude legal más habitual (los plagios y homenajes están a la orden del día), los casos de suplantaciones de identidad reaparecen de manera constante en la música. En abril de 2012, la policía nacional arrestó a dos personas acusadas de robo de dinero en metálico así como de enseres personales (como ordenadores portátiles) de músicos como el violinista Joshua David Bell (Zaragoza), Les Luthiers (A Coruña) o Michel Teló (Murcia). La banda se hacía pasar por los propios artistas mientras estos se encontraban trabajando fuera del hotel. Previamente habían realizado una profunda investigación sobre sus rutinas y horarios, sin olvidar el hecho de alquilar una habitación en el mismo hotel bajo una falsa identidad y dejarse ver entre los ayudantes del artista en cuestión. Durante el directo acudían como suplantadores o falsos ayudantes para hacerse con la llave. Una ducha rápida, la petición del duplicado para abrir la caja fuerte y el botín era suyo sin encender las alarmas. Fuera de nuestras fronteras, uno de los últimos casos más famosos de suplantación de personalidad fue el del pianista Mamoru Samuragochi, conocido como el ‘Beethoven japonés’. En este caso el fraude se halló en que ni parece que fuera sordo (según declaró en 2014 había recuperado el oído unos años antes) ni sus obras eran suyas. El negro tenía nombre y apellidos, Takashi Niigaki, y fue el autor de (al menos) una veintena de piezas del farsante, entre ellas Hiroshima, sentida sinfonía con la que se ganó los corazones de sus compatriotas nipones. No le salvó ni Resident Evil.

Después de los ejemplos anteriormente citados, queda claro que la suplantación de identidad, lejos de hallarse únicamente en episodios de la nave del misterio protagonizados por alienígenas o programas un tanto sensacionalistas de noche de viernes, también forma parte de la rutina de la industria musical. Desde el goteo continuo del hackeo de cuentas personales en redes sociales pasando por las apropiaciones indebidas del clásico (y no tanto). Del fanático intercambio de Paul McCartneys, Elvis Presleys o Michael Jacksons al sonoro fraude de Milli Vanilli. Suplantaciones de identidad, vocales y legales. Delitos, mentiras y cintas de cassette.

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