Ayer, 15 de febrero, Daniel Barenboim interpretó en el Palau de la Música de Valencia 3 Sonatas de Schubert al piano delante de un auditorio repleto y entregado que fue testigo de su destreza musical


Aún sigo extasiada después de lo que pude escuchar ayer. Daniel Barenboim, máximo referente para toda persona que aprecie la música clásica nos deleitó ayer con la interpretación de algunas de las sonatas de Schubert. Acompañado de aplausos y, si me apuras, de un aura divina que se presenció en el escenario como si del mismísimo Schubert se tratara.

En primer lugar interpretó la Sonata D 568, una de las primeras composiciones de Schubert, a continuación Sonata D 784 y por último Sonata D 960. Estas dos primeras constaban de 3 partes y la última de 4. Rasgo indiscutible a destacar fue la perfecta ejecución de las intensidades, la dinámica. Perfectamente diferenciadas cuando se trataba del forte, piano, mezzopiano…cabe decir que es parte importantísima en el piano que aporta carácter esencial a la hora de interpretar una obra. Otro de los rasgos a sobresaltar de Daniel Barenboim es la absoluta diferenciación de cual es la mano que lleva la melodía de la Sonata, cosa que se torna más difícil cuando es la mano izquierda quien la ejecuta ya que normalmente suele ser acompañante de la derecha ejecutando acordes y marcando ritmos. Parece ser que está dificultad no supone ningún problema para Barenboim o eso nos hacer ver.

Una de los aspectos que rodea a este excelente pianista es que no es necesario en ningún momento conocer el género de la música clásica para diferenciar sonidos, ritmos, matices, e incluso entender que lo que toca no es simple técnica, parte de un trabajo de interpretación personal de la obra. En definitiva sentir en el alma lo que estás tocando. Querría destacar sobretodo la última Sonata en la cual me pongo de acuerdo con Brendel cuando dice que “suenan a despedida”, ya que es la última que escribe Schubert antes de su muerte. Se trata de una melodía que nos envuelve en una profunda melancolía y serenidad que poco a poco adquirirá un toque dramático. El avance de la pieza nos hace preguntarnos, como a Schubert “¿Existe realmente lo que se ha llamado música alegre? Yo no la conozco”. Negación que se confirma con repetitivos acordes y  retomando el clima del comienzo para rendir homenaje a Beethoven en la coda que hace culminar el final de la obra.

Con una duración de aproximadamente 43 minutos no fui capaz de percibir ningún fallo. Un sonido tan limpio y puro que mantuvo al público sobrecogido en todo momento. Destacar algo que para los pianistas nos suele resultar difícil: la digitación. Fuente de mucho trabajo Daniel Barenboim la ejecuta a la perfección haciéndola incluso sencilla a la vista del espectador.

Es impresionante y digno de destacar la dificultad de estas obras y cómo Barenboim a conseguido darles la interpretación (a mi juicio) que merecen. Se disculpó por “no haber podido hacer nada más por Schubert” al piano. Sinceramente, Schubert no podría haber encontrado mejor intérprete de su obra. Muy objetiva no he podido ser ya que para mi, Daniel Barenboim es un ídolo y un referente musical tanto en su etapa de director como en su etapa de pianista. Pero después del recital de ayer nadie podría serlo.

Si Dios existe, sin duda, vive en sus manos.

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