El dream team del rock alternativo de nuestro país presentó su nuevo disco ‘Dadnos Precipicios’ en L’Auditori de Barcelona


A las 21:04h, con una puntualidad prácticamente inglesa, se apagan las luces de L’Auditori de Barcelona y suena el típico mensaje en el que se nos pide que apaguemos los teléfonos móviles porque el espectáculo está a punto de empezar. Entre sutiles silbidos, aparece el dream team de barbudos y el público se viene arriba. Su líder, Ricky Falkner, da un último trago al vaso de tubo que lleva en la mano (doy por hecho de que se trata de alguna bebida espirituosa para paliar los nervios) y se coloca, triunfal con su bajo, en el centro del escenario. El resto de componentes, vestidos de negro de pies a cabeza, hace lo mismo: Ferran Pontón, guitarrista, a su derecha; Pablo Garrido, guitarrista también, a su izquierda; detrás y empezando por el mismo orden, Ricky Lavado a la percusión; en el centro Xavi Molero a la batería; y justo en el otro extremo, Charlie Bautista a los teclados. Una vez colocados en posición de ataque, suenan radiantes los primeros acordes de ‘El cielo es una costra’, canción que abre su nuevo y tercer disco ‘Dadnos Precipicios’. La soberbia voz medio rasgada de Falkner, irradia sentimiento y emoción, calando hondo en todos nosotros. Lo vislumbro en las caras entusiasmadas de los asistentes y, también, de los muchos amigos que esta noche han venido a arropar a Egon Soda.

Una vez sellada la primera canción, el líder de la banda pronuncia unas palabras de agradecimiento al equipo técnico de luz y sonido. Y tiene toda la razón: la acústica de la sala es simplemente impecable. Queda demostrado en cuanto suena ‘La recuperación’, el épico primer sencillo del disco, seguida de ‘Cáliban & Co’, un conseguido rock americano mecido de un blues-soul que suena que te cagas (perdonadme la expresión). Justo antes de rescatar un par de canciones del segundo disco, al fondo de la sala, se escucha una voz femenina que grita: “¡Olé Ricky, eres el mejor!”. Él sonríe agradecido y vuelve a concentrarse de nuevo para deleitarnos a todos con ‘Vals de la pequeña mecánica’ y ‘Los hombres topo quieren tus ojos’. El juego de luces es soberbio. Hay un momento en el que sólo se ve a Falkner en el escenario bajo una tenue e íntima luz anaranjada, proclamándose, de esta manera, como el gran capitán que es.  Un capitán que, justo después de este momento épico, nos pregunta si estamos bien. ¡Estamos más que bien! Y seguimos disfrutando de los nuevos temas, esta vez con ‘Delta y Estuario’.

Se les ve cómodos, relajados y, sobre todo, compenetrados. Pero no sólo entre ellos, sino también con el público. Un público que ha llenado L’Auditori y que es entregado, pero muy respetuoso. Con ‘Papel pintado’, vibran las guitarras de Ferran y Pablo con unos sonidos que recuerdan al hard rock y todos movemos la cabeza al más puro estilo heavy metal. Con ‘La Manada’, tema que incluye el verso que da título al disco, nos venimos arriba y la euforia se apodera de nosotros bajo un manto de luces con destellos casi epilépticos. Después de este festival, Falkner bebe agua y alguien del público se extraña (supongo que esperaba ver de nuevo el vaso de tubo). Acto seguido, una luz enfoca sólo a Ferran y asoman los primeros acordes de ‘Escápula’, un blues-rock que suena glorioso con la voz de Ricky y el solazo que se marca Pablo.

Ahora toca el turno de rememorar unos cuantos temas del trabajo anterior: ‘Cartílago y ángel’, ‘Lore Ipsum’, ‘Cosas que no son como deberían ser’ y ‘Escuela de libre enseñanza’. Después de esto, ahora sí: el jefe le da un trago a su vaso de tubo y alguien del público exclama: ¡Salud!. La verdad es que yo también hubiera necesitado reponer fuerzas porque lo que viene ahora es, sin duda, el momento de éxtasis musical de la noche. Con ‘Suite #7’, el público corea al unísono eso de hay que saber caer para levantarse otra vez”. Además, vivimos una especie de jam session muy soberbia en la que Falkner se encuentra más que cómodo y se atreve a darnos la espalda para disfrutar con su grupo de colegas.

Después de esta revolución musical, el líder de la banda anuncia que van a tocar una más, acto seguido harán un parón para intentar fumarse un cigarro (por lo visto no los dejan), luego vendrá el bis y se acabará el concierto, muy a su pesar. Lo estamos disfrutando tanto que a mí, personalmente, se me ha hecho cortísimo. Pero… ¡¡UN MOMENTO!! Porque todavía queda lo mejor. Aparece en escena el gran Enric Montefusco, amigo y hermano de la banda. Al empezar a sonar ‘Roble inverso’, hay un pequeño fallo técnico con el que Falkner no parece estar de acuerdo y, ni corto ni perezoso, interrumpe la interpretación porque quiere que suene bien. Después de un par de bromas, ahora sí: el folk-rock resuena en L’Auditori acompañado por la mágica voz del líder de Standstill.

Tras un par de minutos de descanso, llega el momento del bis y, sin duda, el más divertido de la noche. Llegó la hora de rocknrollear a muerte. El capitán pide que dejemos nuestros asientos y que nos levantemos durante las tres próximas canciones. Y también invita a subir al escenario a El coro del final de la noche. Con este nombre se refiere a sus amigos Martí Perarnau, Dani Ferrer y Julián Saldarriaga que, situados al final del todo, abandonan sus butacas y suben a escena a darlo todo con ‘Reunión de pastores, ovejas muertas’. Una canción que ruge energía y que es perfecta para cantar en una noche de borrachera con tus colegas. Después de este momento de exaltación de la amistad, los barbudos deciden rescatar un único tema del primer disco, ‘Lear’, con el que todos coreamos con vehemencia eso de muerto el rey, se pudra el rey. Nos queda sólo una, esto ya está prácticamente finiquitado… (¡qué pena!) Falkner agradece al público la entrega y el dream team se despide con ‘Nueva internacional’.

 

La banda de Falkner y sus amigos disfrutan cantando ‘Reunión de pastores, ovejas muertas’

Ha sido una noche brillante, mágica y emocionante. Seis músico-colegas, curtidos en mil batallas, que salen a un escenario y, aparte de darnos una lección magistral de cómo tiene que sonar un buen directo, además de eso, se lo pasan en grande (y se nota). Salgo disparada porque pierdo el tren y por los pasillos de L’Auditori me cruzo con Santi Balmes. Todos estaban allí. Todos debíamos estar allí, arropándolos en este concierto de presentación tan especial. Y es que el hecho de que Egon Soda presuma de una indiscutible reputación no es casualidad, es obra del trabajo bien hecho. ‘Dadnos precipicios’ si queréis pero, sobre todo, seguid dándonos noches como la del jueves.

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