Penny Necklace volvió a las tablas el pasado 3 de octubre haciéndonos recordar cómo era el mundo antes con un concierto épico.
- Por José Domínguez
- |
- 5 de octubre de 2020
2020 será recordado como un mal año, pero con un poco de suerte, puede llegar a tener buenos momentos. A nivel artístico, y especialmente musical, los diez meses que llevamos recorridos vienen siendo flojos, nadie es inmune al parón, sin embargo, se atisban luces al final del camino.
Una de esas luces es Penny Necklace, quien venía desarrollando una actividad frenética. Sus Líquidos de enero confirmaron su gran estado de forma y el confinamiento… el confinamiento no la privó de seguir creando. En mayo llegó su “Nueva Normalidad“, una fantasía synthpop hecha con un iPad que rompió los eslabones de las cadenas y encendió las luces de la pista de baile en un mes todavía lleno de sombras. Ahora, en octubre, no hay luces de baile, es más, el otoño nos priva incluso de esas lujosas tardes soleadas que el verano nos brindaba como consuelo por las horas de calle perdidas. Sin embargo, los focos de la ciudad y los de la Moby Dick siguen funcionando y, si sobre las tablas está Penny Necklace, el consuelo está consumado. Puro empirismo.
Primero sola (aunque muy bien acompañada), después con banda y finalmente de nuevo en solitario para la santa liturgia del baile, la multidisciplinar artista madrileña rompió la cuarta pared sacándonos del Spotify y metiéndonos en la magia del directo. Por fin un golpe de realidad que no duele.
El concierto arrancó por todo lo alto con “Blanco“, continuó con “Aranda” para finalmente devolvernos al presente con “Nueva Normalidad“. El público, frío por la posición (sentados en varias filas como niños buenos) y amordazado por la mascarilla, empezó a soltarse. No podemos bailar, no podemos quitarnos la protección, pero sí podemos mover los brazos y alzar más la voz para que se nos escuche sin filtro. Si los músicos y las salas se han adaptado, nosotros no debemos ser menos. Este es el momento que nos ha tocado vivir.
Es una pena que el mundo este dormido,
que casi nadie se atreva a decir lo que siente.
Pensemos qué es lo importante,
luchemos por ello hasta que el cuerpo aguante.
¿Acaso no es peor darse por vencido?
Eso cantaba Penny Necklace en “Purpurina“, una canción premonitoria y con múltiples interpretaciones, una de las cuales cobra mucho sentido hoy. El juego de la guitarra, junto a los teclados y los coros, completaron una interpretación mágica. La llama siguió cobrando fuerza con el “Principio de Incertidumbre” que impera hoy, antes de darle entrada a la paleta de colores que la cantante y multinstrumentista dejó plasmada en un emocionante 2017.
La frialdad de “Azul” le abrió la puerta a la furia de “Rojo“, creando un potente contraste que se vio colmado por la épica de “Gris” y la melancolía de “Negro“. Sin tiempo que perder, Penny Necklace tendió un fino a la par que robusto puente con destino al “Amarillo“. Ya nadie podía frenarla. Para “Rosa“, los asistentes ya coreaban con mascarilla y sin temor las letras de una de las grandes del repertorio de Odette SP.
Mira cómo caen
Superada con la velocidad de un fogonazo la etapa de La Luz, fue el turno de entrar en La Materia a falta de que el gas vuelva a fluir. “Piedra” transformó la noche convirtiéndola en un fondo habitado de oscuras inseguridades y de una dolorosa certeza profundizada por sus ecos industriales. Pero esto no podía acabar así, la velada tenía que concluir por todo lo alto. “Aceite” puso a punto la maquinaria mientras los asistentes fluíamos embelesados. Sin tiempo para recuperar el resuello, “Sangre“, en formato remix, nos disparó el pulso y nos acercó al éxtasis. “Metal“, que casó bien con su antecesora, rebajó las emociones lo justo para que –perdonen el símil futbolístico– “Agua” rematase a gol. ¡Y qué gol! “Agua” es una de las grandes canciones de este 2020, el epítome perfecto de la carrera de Penny Necklace y la guinda que todo artista le pondría a su concierto. Bendita épica.
Menuda mierda de año, pero qué decir, incluso en el desierto más seco uno puede encontrar un oasis en el que calmar la sed. El mío lo hallé en la noche del 3 de octubre y se llamaba Penny Necklace. Que sea el primero de pocos, yo lo que quiero es escuchar los acordes de la “Vieja Normalidad”.