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Reseña de “Little Bear Ridge Road”

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Reseña

La obra “Little Bear Ridge Road”, escrita por Samuel D. Hunter, se presenta en un escenario inusual, un «sofá en el vacío», una imagen que encapsula la esencia de esta conmovedora exploración de la conexión humana. En los primeros días de la pandemia de COVID-19, la pieza nos sumerge en la colisión de dos almas solitarias: una tía renuente y su sobrino estancado, forzados a compartir un espacio y, con ello, confrontar las complejidades de su pasado y presente.

El Vacío y el Sofá: Una Premisa Fundamental

El telón se levanta para revelar un gigantesco sofá de cuero blanco con sillones reclinables, el único mobiliario en un escenario despojado. Este «sofá en el vacío» no es solo un elemento escenográfico, sino una poderosa metáfora. Durante el inicio de la pandemia, muchas personas se encontraron, al igual que los personajes, ancladas a sus sofás, enfrentando un vacío existencial y una incertidumbre generalizada. En este contexto, Ethan, interpretado por Micah Stock, es un joven más cómodo con sus pensamientos y palabras, desesperado por escapar de su realidad en el interior de Estados Unidos, pero sin saber cómo. Todo lo que percibe a su alrededor es una oscuridad palpable.

La llegada de Ethan a la puerta de su tía Sarah (Laurie Metcalf) se produce en un momento de angustia personal: su padre ha fallecido, y él debe lidiar con la venta de la casa y las tareas administrativas del duelo. Sin embargo, el luto no es el sentimiento predominante, ya que tanto Ethan como Sarah coinciden en que la muerte del padre de Ethan, un adicto, no representa una pérdida significativa. Ahora, Sarah y Ethan son los dos últimos miembros de la familia Fernsby, ambos con vidas que han visto mejores días. Ethan fracasó en su intento de establecerse en Seattle, mientras que Sarah se ha retirado conscientemente a un rincón remoto de Idaho, conectada al mundo exterior principalmente a través de programas de telerrealidad.

Dinamismo de Personajes y Actuaciones

La obra de Hunter se nutre del marcado contraste entre las personalidades de Sarah y Ethan. Laurie Metcalf, bajo la dirección de Joe Mantello, encarna a una Sarah impulsiva y directa. Camina alrededor del sofá como si temiera desintegrarse, un símbolo de su estoicismo y su negativa a permitirse el lujo de la angustia que sí experimenta su sobrino. Su pragmatismo se revela en momentos clave, como su sorpresa al descubrir que Ethan temía su homofobia, un comentario que resalta su enfoque en la autenticidad sobre las apariencias.

Por otro lado, Micah Stock interpreta a Ethan con una intensidad a veces abrumadora. Se nos presenta a Ethan como alguien que aspira a ser escritor, aunque su actitud a menudo carece de la reflexión o introspección que uno esperaría de tal aspiración. Su actuación es enfática, como si cada palabra que pronunciara estuviera en mayúsculas, una representación que subraya su constante malestar y la búsqueda de un propósito.

La gradual comprensión entre Sarah y Ethan, y su eventual capacidad para hablar abiertamente sobre las oportunidades perdidas de conexión en el pasado, constituye el corazón emotivo de la obra. Esta dinámica evoca la complejidad de las relaciones familiares y la dificultad de cerrar brechas generacionales y emocionales.

Explorando Temas y Estilo Narrativo

Samuel D. Hunter es conocido por su habilidad para diseccionar la condición humana en entornos aislados, y «Little Bear Ridge Road» no es una excepción. La obra aborda temas como la soledad, el peso de las expectativas familiares, la búsqueda de identidad y el impacto del pasado en el presente. Los protagonistas, a pesar de sus diferencias, comparten un trasfondo de aislamiento y desilusión.

Hunter brilla en los pequeños gestos y en los momentos de revelación sutil. Un ejemplo de esto ocurre cuando Ethan, en una cita con un estudiante de posgrado, habla casualmente sobre su situación familiar, revelando detalles sobre Sarah de una manera que impacta al público más que cualquier crítica directa que Ethan pudiera haber hecho sobre su educación. Estos instantes de emoción discreta y descubrimientos inadvertidos son donde el estilo de Hunter se muestra más efectivo, priorizando la autenticidad sobre la grandilocuencia dramática.

Sin embargo, la obra también presenta desafíos. Algunos elementos de la vida de Ethan, particularmente los detalles de su tiempo en Seattle, pueden poner a prueba la credulidad, lo que debilita el realismo de su personaje. La obra es más fuerte cuando permite que la relación entre Ethan y Sarah se desarrolle orgánicamente, sin forzar revelaciones dramáticas.

Momentos Clave e Insight

Uno de los momentos más resonantes de «Little Bear Ridge Road» surge durante una conversación aparentemente trivial sobre programas de televisión. Ethan, aficionado a los dramas de antihéroes al estilo «Los Soprano», representa una mentalidad que busca la complejidad narrativa en la desesperación. Sarah, en un momento de lucidez, contrarresta esta visión con una observación profunda: «Solo porque sea tan complicado tener que ver un resumen de un episodio cada semana no significa que sea mejor. La gente real no siempre está desesperada. *HACER* cosas.»

Esta frase encapsula la filosofía de Sarah: la vida no siempre se trata de una lucha constante o de grandes giros argumentales, sino de la capacidad de seguir adelante, de «hacer cosas» a pesar de las circunstancias. Sarah, a pesar de su aislamiento y de una vida que se asemeja a la de Ethan en términos de problemas y falta de realización, se niega a sucumbir a la autocompasión. Lucha por expresar su amor, pero lo demuestra a través de acciones, como sentarse junto a su sobrino en el vacío, viendo televisión con él. Estos pequeños, pero conmovedores, gestos distinguen a «Little Bear Ridge Road» como un logro significativo en la exploración de los lazos familiares.

Conclusión

“Little Bear Ridge Road” es una obra que invita a la reflexión sobre la complejidad de las relaciones humanas y la búsqueda de conexión en un mundo cada vez más fragmentado. Samuel D. Hunter, a través de sus personajes y su singular puesta en escena, nos ofrece una mirada íntima a cómo dos individuos, atrapados en su propio vacío, intentan forjar un vínculo. La pieza destaca por las poderosas interpretaciones, especialmente la de Laurie Metcalf, y por su habilidad para encontrar la profundidad en los matices y la belleza en los gestos sutiles. Es un recordatorio de que, incluso cuando la vida parece despojada y las conexiones se sienten distantes, siempre hay espacio para la comprensión y el movimiento hacia adelante, un pequeño paso a la vez.

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