La tercera edición del Vida Festival se presentó ante los asistentes con la cara lavada y un ímpetu por mejorar que bien podría tomar la competencia como referencia. La fecha señalada fue del 30 de junio al 3 de julio, el lugar Vilanova i la Geltrú y el resultado una impecable letra pequeña


JUEVES 30

Algunos de los cambios más radicales que ha sufrido el Vida Festival se reflejaron en la zona de camping. Una extensa zona de sombra ocupaba la parte central del terreno, pero solamente los más rápidos lograros asentar sus tiendas allí. Además de la barra de bar con la que ya contaban anteriormente, para su tercera edición fueron añadidos servicios de food trucks, DJ’s, piscina hinchable y algunas duchas extras.

Mediante una práctica tarjeta de cinco viajes a precio reducido se hacía más ameno subir hasta La Masia d’en Cabanyes para disfrutar de los conciertos de la jornada de apertura. El plato fuerte de la noche vino de la mano de Belako, que pusieron a tono al público desde el primer segundo de su actuación subidos a un escenario situado junto al Vaixell. Aquellos más lanzados caldearon el ambiente a base de empujones y codazos mientras los vascos tocaban tema tras tema con un sonido excelente y un repertorio donde predominó su último trabajo Hamen (2016). Pese al polvo que se levantaba con cada salto, eso no detuvo a un par de lanzados que abrieron la veda del crowdsurfing en ropa interior, dejando estupefactos incluso a los medios.

Belako en El Vaixell.

VIERNES 1

Cuando el sol todavía apretaba, los miembros de Papa Topo pisaron el más novedoso de los escenarios del festival con esa característica dulzura que ya mostraron en La [2] de Apolo durante la fiesta de presentación de su primer LP, Ópalo Negro (2016). Pese a sufrir algunos fallos técnicos justo al comenzar, no se dejaron vencer y lograron una puesta en escena dinámica que hizo mover el esqueleto y sudar la gota gorda a más de uno al son de hits como ‘Lo que me gusta del verano es poder tomar helado’, ‘Sangre en los zapatos’, ‘Oso panda’ o ‘La chica vampira’. Con la ayuda de balones de playa, máscaras, extravagantes gafas de sol y coreografías sus canciones amenizaron esa calurosa tarde de viernes con algunas de sus nuevas ‘Akelarre en mi salón’, ‘Lágrimas de cocodrilo’ y la emotiva ‘Joana’.

Papa Topo en La Cova Menú Stereo.

Todavía en el escenario La Cova Menú Stereo, los miembros de The New Raemon aparecieron vestidos completamente de negro para ofrecer cuanto menos que la terapia de grupo más contraproducente de la historia. Incluso Ramón Rodríguez advirtió justo antes de tocar una canción  que él mismo calificó como triste con un “si ya saben cómo me pongo… pa’ qué me invitan”.

Con el tiempo justo y dejando a mis espaldas al percusionista con más intensidad que jamás he visto, cometí el gran error del festival: dejar el concierto de The New Raemon a medias para ver a Villagers. Ver anochecer cómodamente sentada frente al escenario donde actuaban los irlandeses parecía ser el plan perfecto, pero las apariencias son una cosa y la realidad otra completamente distinta. Es cierto que lo que hace especial los conciertos es precisamente la posibilidad de adaptar las canciones de estudio al directo, aunque habría estado bien que alguien advirtiese a Villagers de que todo tiene un límite. Sin dejar de lado el arpa y el contrabajo que forjan ese ambiente íntimo definitorio, dieron una vuelta de ciento ochenta grados a los temas que interpretaron y fue así como mi conexión con su directo empezó a pender de un hilo. Tal vez mi cabeza seguía “aprendiendo a perder y aprendiendo a querer“ con los barceloneses de cuyo concierto había huido erróneamente.

Aparentemente es cierto eso de que las malas noticias nunca vienen solas, y debe suceder lo mismo con los conciertos. Con muy mal cuerpo me dejé arrastrar por la masa hasta el escenario principal, donde Manel tenían turno para presentar su renovada forma. Muy animada por el hecho de que por fin hubiesen aparcado el ukelele, me disponía a mover las caderas al ritmo de su Jo Competeixo (2016) y, aunque sus temas fueron abundantes, no consiguieron que me uniese al boom de fanatismo que ha ido en aumento a raíz de su último disco. Terriblemente harta de esa racha de conciertos mediocres volví a poner el huevo en el escenario La Cova Menú Stereo sabiendo a ciencia cierta que el dúo que estaba a punto de ver no me iban a defraudar.

Consciente al cien por cien de que estaba a punto de ver el que iba a ser el mejor concierto del Vida Festival me abrí paso como pude entre la gente hasta hallar un sitio donde una persona como yo, de poco más de metro y medio de altura, pudiese ver a Za! en acción. A día de hoy todavía no sé expresar con palabras lo que pasó aquella medianoche de julio. Los asistentes salimos de allí siendo personas nuevas, con el chip cambiado y rebosando buenrollismo. Aunque no tocaron su mítica ‘Súbeme el monitor’ sí que nos deleitaron con ‘Badulake’, causando probablemente alguna contractura al intentar seguir el ritmo imposible de Edu al más (im)puro estilo shoegaze. Por si quedaba alguien en el recinto que todavía no se hubiese llevado las manos a la cabeza con estos dos genios, porque no hay otra palabra que les describa mejor (aunque a mí me gusta definirles como bollitos alucinógenos, pero ese es otro asunto), entre ovaciones y chillidos de la más sincera incredibilidad comenzaron un remix del conocido discurso de Mariano Rajoy “es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde” junto a ‘Bulls On Parade’ de Rage Against The Machine y ‘Hotline Bling’ de Drake. Justo cuando creía que ya podía irme a mi casa porque nada superaría lo que estaba sucediendo ante mis ojos me puse de puntillas en busca de reacciones del público y me encuentro con que los Za! han perdido definitivamente la poca cordura que les quedaba. El pad de efectos ahora pertenecía a un par de amables desconocidos que jugueteaban con él a pie de escenario, la integridad de la guitarra no la veía del todo clara mientras el público se la pasaba y Pau había dado el micrófono al mismo chico que la noche anterior estaba crowdsurfeando como nadie en el concierto de Belako. Ese chico es mi amigo. A ese chico le convencí yo misma de ir a ver a Za! y me sentí la persona más orgullosa del mundo cuando le vi salir baqueta en mano, feliz como un niño pequeño después de hablar con Edu, el batería, en el estado de shock más sincero que he visto jamás.

Za! en la Cova Menú Stereo.

Corriendo desesperadamente hacia la Masia intentamos alcanzar el final de Unknown Mortal Orchestra, pero fue misión imposible. Ahí va otra espinita clavada en mi corazón. Con la mente aún ocupada digiriendo el show de Za! y justo antes del indiscutible cabeza de cartel del viernes, estaba a punto de vivir uno de los mejores momentos del año. Los tres primeros acordes de ‘La Revolución Sexual’ empezaron a retumbar por todo el recinto y en un intento de intentar comprender lo que estaba pasando visualicé en la pantalla la primera confirmación del Festival Vida 2017: La Casa Azul. Voy a ahorrar los detalles de mi reacción en ese momento, solamente cabe destacar que entre esa gran noticia y el shock que aún me duraba del concierto recién vivido no tenía el cuerpo para Wilco. Con mucha fuerza de voluntad vi gran parte de su actuación que, pese a ser monótona y lineal (¿qué esperaba encontrar, realmente?) el sonido fue más que bueno tratándose del escenario principal de un festival, pero necesitaba energía en mis venas y en cuanto vi que Triángulo de Amor Bizarro empezaban a probar el escenario se me abrieron las puertas del cielo.

Tras unas pruebas de sonido bastante problemáticas, los gallegos dieron el pistoletazo de salida con ‘Desmadre Estigio’, tal y como llevan haciendo en su gira presentando Salve Discordia (2016). Por desgracia el sonido seguía fallando: la voz se perdía entre los instrumentos, se daba algún que otro acople y lo único que se oía con firmeza era el bajo de la maravillosa Isa Cea. Cualquiera que haya asistido a más conciertos de Triángulo de Amor Bizarro además de ese sabe que en absoluto fue culpa suya, pues sus directos se caracterizan por ritmos claros y machacantes; esa suciedad pura que les caracteriza. Desde el público se podía ver en sus caras que algo no marchaba bien, pero ellos no se rendían y nosotros tampoco dejábamos de chillar, saltar y pegarnos por mucho polvo que levantase el suelo y nos lo pusiese complicado para respirar o incluso ver. Dejando de lado los problemas de sonido que determinaron el sentimiento general de decepción entre los presentes, no creo que nadie sea capaz de ponerles otra pega. Como curiosidad queda el hecho de que en ‘Euromaquia’ Rodrigo se lanzó a cambiar el “Europa es una zorra” por “España es una zorra” causando alguna que otra carcajada apagada a pie de escenario y el setlist fue, como siempre, cual torpedo directo al alma de aquellos que se quisieran dejar tocar la fibra sensible. Tal vez su actuación fue la mayor de las decepciones que me llevé en ese festival, tal vez fue mi culpa por tener las expectativas demasiado altas pero, sea como sea, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. A día de hoy y después de su paso por el Bilbao BBK Live me doy más que reconciliada con estos cuatro gallegos; no hay nada como una locura de luces, un sonido impecable y un buen pateo en las costillas para volver a enamorarte… como si fuese la primera vez.

Triángulo de Amor Bizarro en la Masia.

Los asientos frente al escenario principal se encargaron de madurar en mi cabeza la idea de que Triángulo de Amor Bizarro pudiesen, en efecto, no ser perfectos, y mientras intentaba superar ese bache Delorean se encargaron de poner la banda sonora. Nunca han sido plato de mi gusto, ni siquiera me había detenido jamás a escucharles. Solamente me sonaba no sé qué de un secuestro virtual en México unos años atrás y ni siquiera estaba segura de no haberlo soñado; ese era mi nivel. Resultaron ser una agradable sorpresa, pero nada más allá de una leve aprobación y un sonido de fondo mientras mi persona favorita en el mundo preparaba lo necesario sobre el escenario.

Mientras mis músculos empezaban a hartarse del trote que les estaba dando, las manos expertas de Guille Milkyway empezaron a diseñar un DJ Set perfectamente estructurado para sobrellevar lo que quedaba de madrugada hasta que saliese el sol. O, como dijo él, hasta morir bailando, lo que sucediese primero. ‘It’s raining men’, el temazo dentro de los temazos de Hidrogenesse, Blur, la infalible ‘Yo quiero bailar’ de las desgraciadamente olvidadas Sonia y Selena, algún clasicazo como ‘Highway to hell’ (que, por mucho que admire a Guille, se hizo pesado) y, cómo no (para celebrar su reciente confirmación para el Vida Festival 2017 y como hace de costumbre) ‘La Revolución Sexual’, fueron algunos de los temas que aquella noche se cantaron como himnos a pleno pulmón.

Tras cerrar a mis espaldas las puertas del recinto (y las barras también), de camino al camping no hacía más que pensar en lo complicado que sería para el festival superar esa jornada por muchos fallos, decepciones, carreras y altibajos que hubiese tenido.

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