El pasado viernes 23 de octubre se dieron cita en el Maravillas Club aka sala Maravillas (extinta Nasti) dos de las propuestas más interesantes de la escena underground madrileña: Matatigre y Sorry Kate.


En el epicentro de Malasaña y en una noche en la que el otoño aún permitía trasnochar sin necesidad de resguardo, la sala estaba abarrotada. Una entrada más que notoria para dos bandas que, pese a haber salido en las ondas, no dejan de ser (casi) primerizos en esto del independiente. El variopinto público se dividía entre los ávidos de soltar adrenalina por necesidad y el astracán desubicado. Señoras de visón. Jóvenes de gigantescos bolsos en los que una jauría de chihuahuas podría habitar a la perfección. Veinteañeros que han recuperado su chándal de táctel de la juventud. Familia y curiosos se clavaron desde las 22 horas en las tripas de la Maravillas.

Sorry Kate – Fotografía Eva Sanabria

Los primeros en aparecer fueron Matatigre, variopinto trío que lleva un trabajo deportivo detrás importante después de comprobar los cambios de posiciones de cada integrante. El escenario, la posición de la banda y el miedo escénico del público presente creaban una atmósfera caleidoscópica e hipnótica que hacía que el ambiente fuera caldeándose con cada nuevo tema (bendita ‘Neo’). Matatigre parecían creer que estaban en uno de sus ensayos ante el exceso de naturalidad exhibido sobre las tablas. Cervezas e hipnosis que fueron metiendo en faena al frío público mientras la máquina iba engrasando. Un directo potente que hace augurar un futuro próspero al modificar la fórmula en vivo, más garagero (a excepción de ‘BVD’) respecto a su disco, más denso y lúgubre. Su EP homónimo, interpretado al completo (y autopublicitado al final de la actuación) merece varias escuchas. Al igual que ‘End’ da muestras de los tiros por lo que seguirá su proceso de evolución/aprendizaje.

Matatigre – Fotografía Eva Sanabria

A continuación, le tocaba el turno a Sorry Kate, arriesgada e inclasificable apuesta de difícil definición. Fichados desde su concierto junto a Mirémonos (sala Moby Dick, junio), me sorprendieron con esa electrónica inclasificable que combina sonidos africanos, melodías r&b y alguna que otra cacofonía. Sin lanzar el dedo acusatorio al tiempo que duró el cambio de bandas (el necesario, por otra parte), los nervios del cortapisas del tiempo o la acústica general, el concierto fue un ejercicio de química con tubos de ensayo. En un acto digno del mejor atleta maratoniano, las paradas en boxes fueron inexistentes (aunque eran necesarias) y en apenas treinta segundos, los madrileños fueron al sprint sin frenos. Público entregado y ciertos momentos de lucidez (electrónica teológica de ‘Divine Lights’) aunque hubo piezas sin encajar que nos dejaron con un sabor de boca agridulce. En ocasiones se paseó el esperpento por la sala mientras anónimos bailarines creían volar por una rave. La electrónica es un estilo complicado en el directo en el que hay que ser muy meticulosos. Insisto en que hay que ser pacientes porque son buenos. Esa noche en la sala Moby Dick fue real.

Sorry Kate – Fotografía Eva Sanabria
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