Residente ha realizado un ejercicio que mezcla la ciencia con la música, si es que no hay ciencia en esta última. A través de su ADN ha sido capaz de crear un viaje que ha acabado convirtiéndose en un álbum rico, apto para todo el mundo y capaz de transmitir.
Poco tenía que demostrar Residente en el mundo de la música. Sus logros con Calle 13 lo habían convertido en un referente, en un músico a estudiar y al que tomar como modelo. Sin embargo, en esta nueva etapa en solitario, ha dejado la pesada carga de sus veintidós premios Grammy a un lado y ha emprendido un camino que lo ha hecho girar por todo el mundo. Residente ha regresado sin máscaras, sin bótox, mostrando cada mueca en cada canción, moviéndose entre el hip hop, las baladas, el reggaeton y grabaciones fruto del “aquí te pillo, aquí te mato”. Todo ello sin perder de vista que el arte nunca puede faltar, que esa naturalidad recogida ha de pasar por el laboratorio para hacerla universal:
El arte debe prevalecer, por eso el concepto debe ir más allá de las notas musicales y las armonías que construyas con ellas. Incluye, por supuesto, la letra, los acentos, las voces, sus matices, los efectos sonoros, la forma en que desarrollas todos los elementos y el lugar que ocupa cada uno. El concepto le da forma a la idea, define un estilo y establece el ambiente. Un buen concepto logra convertir al proyecto más minimalista en uno grandioso.
Esto no es malo, al revés, con Residente nos encontramos un LP orgánico, vivo, un trabajo que busca una recompensa que va más allá del dinero. Recompensa, que por cierto, René Pérez Joglar, ha alcanzado durante el proceso de grabación, no con las -a buen seguro- ventas. Y el otro premio será ver cómo el público siente su obra durante los directos, cómo se meten en este épico viaje. Encontraremos apariciones estelares, como la de su amigo Lin-Manuel Miranda en ‘Intro ADN / DNA‘; la del balcánico con Goran Bregović en ‘El Futuro es Nuestro‘; la de Soko en la genial ‘Desencuentro‘ o la de Bombino en ‘La Sombra‘. Sin embargo, también hay otras aportaciones de carácter casi anónimo como la de los coros chinos o los percusionistas y mujeres ghanesas en ‘Dagombas en Tamale‘. El resultado es música global, un verdadero mestizaje entre Puerto Rico y el mundo. Y desde luego, no podemos hablar de “postureo”, porque Residente ha estado en regiones lejanas como China, África Occidental o el Cáucaso, lugar del que tuvo que huir por una lluvia de proyectiles. De ahí la autenticidad del resultado, de ahí imposibilidad de que todo sea impostado.
El patrón que Residente ha trazado para que todo este material genético cobre vida es el del hip hop -aunque con miles de matices-, un lenguaje universal por lo básico que es -sin que esto sea un adjetivo peyorativo-, porque es un género que permite a todo el mundo expresarse sin necesidad de contar con instrumentos. Basta una voz y una percusión que marque el ritmo, unos utensilios presentes allá donde habite un ser humano.
Residente es un álbum comprometido, que disecciona la vida a través de los errores que los humanos cometemos, de las relaciones, del amor y por supuesto de la muerte.
Todas las personas venimos del mismo lugar -África- y tendremos el mismo final.