Las dos primeras jornadas del Rock Werchter belga brillaron con las actuaciones de artistas como Agnes Obel, Lorde, Arcade Fire, Royal Blood o Radiohead, dejando un muy buen sabor de boca con una memorable primera mitad del festival.
La primera jornada del Rock Werchter, el pasado jueves 28 de junio, comenzaba, para mí, con la actuación de Cigarettes After Sex en The Barn, uno de los dos escenarios secundarios del festival, dos carpas con un sonido equiparable al de varias de las mejores salas de conciertos. Los americanos desplegaron su slowcore con una elegancia impresionante. Sacrificar los ritmos rápidos y bailables en favor de la precisión no siempre es una decisión acertada, pero está claro que en el caso de Cigarettes After Sex sí lo es, vaya si lo es. Las guitarras punteadas y la percusión sutil se complementan a la perfección, dando como resultado un directo memorable, donde la precisión y la elegancia priman por encima de la diversión.
Después de aquel momento precioso, el próximo destino era el inmenso escenario principal, donde actuaba la mítica banda Rage Against the Machine, sin Zack De La Rocha (su cantante original), al que le sustituyen miembros de Public Enemy y Cypress Hill, formando el supergrupo conocido como Prophets of Rage. Los mejores momentos eran aquellos en los que sonaban los clásicos de Rage Against the Machine, mientras que los temas originales del supergrupo pasaban sin pena ni gloria, por lo que decidí cambiar el rumbo y volver a The Barn para coger buen sitio para la actuación de la danesa Agnes Obel.
Ahora sé que aquella decisión fue la correcta, porque lo que Agnes Obel hizo en The Barn perdurará en mis recuerdos hasta el día en que me muera. La pianista danesa desplegó su música con una intensidad digna de los mejores Sigur Rós, creando atmósferas a base de loopear en directo, acompañada de dos músicos al cello y otra a la percusión. La actuación derrochó emoción, y me tuvo con un nudo en la garganta y los ojos lagrimosos durante los 60 minutos que duró.
Más tarde, en el mismo escenario, le tocaba el turno a la artista del momento, la jovencísima Lorde, que llegaba al Rock Werchter con su nuevo trabajo, Melodrama, bajo el brazo. La australiana me tenía con la curiosidad al máximo, y es que el hype que la rodea desde la publicación del LP es impresionante. Sin embargo, el desenlace fue, cuanto menos, decepcionante. Pese a contar con una parte instrumental en directo, lo cual es de agradecer en un género como es el synthpop que practica Lorde, la voz de la cantante no acabó de brillar. Su interpretación vocal, aunque correcta, fue más bien plana. No ayudó en absoluto la puesta en escena de la artista, paseándose de acá para allá y contoneándose con bastante poco salero. En definitiva, un directo correcto, pero más cerca de ser mediocre que de ser sobresaliente.
Para empezar a cerrar la noche, la última parada era de nuevo el Main Stage, donde primero Arcade Fire y luego Kings of Leon iban a poner la guinda final a la noche.
Los canadienses Arcade Fire tienen un principal (y diría que único) problema, que he podido comprobar en varios directos que es recurrente: el volumen. No puedes ser Arcade Fire, con tus tropecientos miembros sobre el escenario principal del Rock Werchter, y sonar como un grupo cualquiera a las dos de la tarde. Y es una verdadera lástima, porque la actuación fue de diez. Win Butler sabe cómo meterse a un gran público en el bolsillo, y repertorio coreable no es que les falte, precisamente. Destacables los momentos en los que sonaron los clásicos, como ‘Rebellion (Lies)’, ‘Ready to Start’, ‘No Cars Go’ y, sobre todo, ‘Wake Up’, uno de los himnos por excelencia de la música de este siglo. El público se entregó al máximo y se dejó la garganta, mientras Arcade Fire se dejaban los huesos sobre el escenario para regalarnos un espectáculo sobresaliente, pero chafado por un volumen insuficiente.
Por último, Kings of Leon no me hacían demasiada ilusión, pero decidí quedarme a ver qué hacían, aun pese a mi cansancio considerable. Mala idea. Un directo plano y blando, con un público excesivamente entregado para tan mediocre puesta en escena. Si ya tenía pocas ganas de verles después de ese último disco tan mediocre, con ese directo y las piernas tan cansadas, no necesité mucho más para decirles adiós y despedirme del recinto del festival hasta el día siguiente.
El segundo día del festival empezaba fuerte en el Main Stage, con la icónica banda de la escena shoegaze Slowdive. Una lástima que no les pudiesen programar a una hora decente, ya que su actuación estaba sustituyendo a la de un artista que tuvo que cancelar a última hora, y les tocó actuar a las 2 de la tarde. Gran parte de la magia de la actuación se perdió por culpa de la luz del día, pero las cataratas de guitarras envueltas en reverb hicieron que valiese la pena.
No tan afortunada fue la siguiente actuación del día, la de Nathaniel Rateliff & The Night Sweats, con su rock bluesero al más puro estilo americano. No es que los músicos no dieran la talla, estuvieron a un muy buen nivel, el problema creo que fue que no acabaron de casar bien con el tipo de público que tuvieron, ya que la mayoría estaban allí esperando para Royal Blood o Radiohead. Un directo decente pero que no acabó de encajar en aquel momento.
Le tocaba ahora el turno a White Lies, a los que tampoco afrontaba con demasiada ilusión, ya que había tenido la ocasión de verles anteriormente y no me dejaron con muy buen sabor de boca. No fue distinta esta ocasión. Un directo correcto con un sonido aceptable, pero con muy poca sangre. Como un directo de Editors rebajado con agua… con mucha agua. Bien para pasar el rato hasta la siguiente actuación, pero poco más.
Y la siguiente actuación no fue otra que la del dúo británico Royal Blood. Siempre he dicho lo mismo de estos dos chavales: un grupo mediocre con un directo excelente. Y su directo en el Rock Werchter no hizo más que darme la razón. Con una base de fans ya bien solidificada y con un nuevo trabajo bajo el brazo, How Did We Get So Dark?, los ingleses sonaron inmensos, ganándose al público con su carisma innato, y poniéndolo a saltar con sus hits, como ‘Figure It Out’, ‘Ten Tonne Skeleton’ o ‘Out Of The Black’, para acabar con Ben Thatcher, batería del grupo, entre el público.
Antes del momento estelar, le tocaba caldear el ambiente a James Blake, que trajo su electrónica con tintes de R&B y pop al Rock Werchter, y a mí personalmente me sorprendió muy gratamente. El contraste con la anterior actuación fue bestial, James salió solo al escenario y se sentó en el piano para deleitarnos con una versión de ‘Vincent’ de Don McLean. Luego salieron los otros dos miembros que le acompañaban: un teclista y guitarrista y un percusionista. Casi sin mediar palabra con el público, el londinense y su banda iban construyendo sus canciones añadiendo capas de atmósferas electrónicas hasta que era casi imposible no bailarlas. Una de las grandes sorpresas del festival, sin duda.
Ahora sí, por último y por fin, le tocaba hacer lo suyo a una de las bandas más grandes de la música contemporánea (y, si le preguntan a un servidor, la más grande), los de Oxford, Radiohead. El quinteto (convertido en sexteto con la incorporación de un segundo percusionista en los directos) liderado por Thom Yorke venía a presentar su último trabajo, A Moon Shaped Pool, que veía la luz hace aproximadamente un año. No obstante, pareció notarse más la reciente publicación de OKNOTOK, la reedición de su histórico disco OK Computer (1997), ya que una gran parte del setlist de la noche constaba de temas de ese trabajo. Se atrevieron a empezar con uno de los cortes más lentos del último trabajo, ‘Daydreaming’, y acabó siendo una elección sorprendentemente acertada, ya que absolutamente todo el público se calló y convirtió el Rock Werchter en una misa. Tras el inicio, lo primero que me llamó la atención fue el trabajo del técnico de luces, que espero que aquella noche cenase su plato favorito, porque fue una auténtica pasada. Los temas se fueron sucediendo uno tras otro, procedentes de discos muy dispares a lo largo de toda la discografía de Radiohead, alcanzando un momento clave con ‘Pyramid Song’, de su disco de descartes Amnesiac. De nuevo, todo el público callado, y Radiohead poniéndole los pelos de punta con una precisión que no parece propia de seres de este planeta.
Un poco más tarde, los vellos volvían a erizarse con una balada, esta vez del OK Computer, ‘Let Down’, a la que precedió uno de los momentos de la noche. Y es que la interpretación en directo de ‘Bloom’, de su penúltimo trabajo The King of Limbs (2011), siempre es un momento memorable, con una versión no demasiado fiel a la original, pero que le hace muchísimo bien al directo de Radiohead, llegando a ser una de mis favoritas. Radiohead se mostraron impecables, todo sonaba como tenía que sonar, Jonny Greenwood deleitaba al público con sus mil y un instrumentos y su hermano Colin se los ganaba con sus saltos desde el fondo del escenario. Elegantes y sutiles cuando tienen que serlo, pero también sucios y guitarreros en temas como ‘Airbag’ o ‘Bodysnatchers’. El directo de Radiohead tiene todo lo que creo que tiene que tener un buen directo, equilibrado y preciso. Tras otro de los momentazos de la noche, ‘2+2=5’, de su disco de 2003 Hail To The Thief, llegaba el primer encore, que incluyó uno de los momentos más bonitos de la noche con ‘Nude’ y uno de los más eufóricos con la mítica ‘Paranoid Android’, un himno guitarrero que protagonizó el momento más animado de todo el directo de Radiohead. Finalmente, las elegidas para cerrar la actuación con un segundo y último encore fueron ‘My Iron Lung’ y el gran himno de Radiohead por antonomasia: ‘Karma Police’. Ambas sonaron inmensas, pero obviamente la última tuvo un sabor especial, acompañado por el detalle de Thom de quedarse tocando los acordes con su guitarra acústica para que el público corease los últimos «for a minute there, I lost myself» de la noche, que se despidió con el gran momento protagonista de esta primera mitad del Rock Werchter y, para mí, uno de los directos más destacables de los que he tenido la suerte de presenciar en mi vida.