Tres añitos cumple nuestro querido Tomavistas, y podemos decir, con orgullo, que hemos asistido a todas sus ediciones (y a parte de su formato urbano Tomavistas Ciudad). Aquí os queremos dar envidia con esta crónica de lo que vivimos estos tres días en el Parque Tierno Galván (Madrid)


Foto y texto por: Aída Cordero

Como siempre digo: no sé de música, así que mis sinceras crónicas se basan en opiniones subjetivas perfectamente abiertas a debate. Además de que hago doblete, como redactora y fotógrafa (explotación se llama).

Fuera de bromas, el Tomavistas es un festival hecho con mimo, desde el amor a la música y el respeto por el público, y eso se nota. Pasando por alto algunas pegas sobre infraestructuras (la típica llamada de atención ante la escasez de aseos -o de su calidad-, las colas inmensas para pedir bebida o comida o el engorro de la forma de pagar) me ceñiré a comentar lo estrictamente musical.

A pesar de que mis cuadríceps se resentían al trepar cuesta arriba por el parque (he de confesar que iba mentando a la madre de los organizadores) reconozco que el cambio de entrada (el año pasado se accedía por otro lado) otorgaba al festival un valor añadido: contemplar el magnífico semicírculo (con claras influencias arquitectónicas del teatro griego) en donde se ubicaba el escenario principal.

Como era viernes, las obligaciones laborales me impidieron llegar antes, así que me tuve que conformar con terminar de saborear los últimos coletazos de la actuación de Los Bengala, a quienes no se les quedó pequeño el escenario principal (Escenario Corona) y derrocharon toda su mala leche y energía, menos mal que pronto sacan nuevo disco y tendré la oportunidad de verles actuar de nuevo.

Me quedé hipnotizada con la propuesta psicodélica de Quentin Gas y los Zíngaros (que actuaban en el escenario pequeño, llamado Escenar Wegow) con toques exóticos de reminiscencias indias y, como vienen del sur, no podía faltar un bien traído punto flamenco. No os los perdáis.

De los salvajes Nastys, que siempre contagian su energía, me fui de nuevo a otra propuesta de difícil definición con Aquaserge. Los franceses experimentan con el rock, el jazz, la psicodelia y el pop. A mi me convencieron. Da gusto cuando los programadores eligen bandas a las que tienes que prestar atención para apreciarlas, más allá de los ritmos fácilmente asimilables.

La frescura de The Big Moon me ganó con la versión que se marcaron de ‘Beautiful stranger‘, de mi (lo confieso) idolatrada Madonna. El krautrock murciano tiene en Schwarz una importante baza, no en vano tienen nueve discos.

Entre idas y venidas a la barra y los fosos, sin darme apenas cuenta, llegaron Lori Meyers, uno de mis grupos fetiche del panorama español (aunque últimamente no acaben de convercerme del todo). Cuentan los rumores que la escena inicial tuvo unos audiovisuales espectaculares, yo no pude disfrutarlos por estar en el foso esperando a que nos dejaran fotografiarles. ‘Vértigo I‘ es el tema que inicia su nuevo disco, En la espiral, y el que eligieron para iniciar el concierto. Los temas nuevos se alternaban con sus grandes éxitos hasta que me tocaron el corazoncito grupie al tocar ‘Ham-a-cuckoo‘, una de mis canciones favoritas de ellos. Con su tradicional cierre al ritmo de ‘Alta fidelidad‘, Noni se daba un buen baño de masas antes de finalizar uno de los platos fuertes de la noche.

El trío de ases del final de la jornada fue un perfecto colofón. Encadenar a Goldfrapp, con Svper y Hercules & Love Affair me pareció un grandísimo acierto.

Allison Goldfrapp no pisaba España desde hacía siete años, así que su concierto se convirtió en una especie de peregrinaje al templo de la elegante y sensual electrónica que despliega. Una delicia disfrutar de su música en directo y más cuando los dos temas elegidos para cerrar la noche son ‘Oh La La‘ y ‘Strick Machine‘.

Svper (anteriormente conocidos como Pegasvs), supieron tomarle el relevo de oscuridad y magnetismo. Y toda esta sugestiva electrónica dio paso al petardeo, al alarde de simpatía y pop bailable de Hercules & Love Affaire, un proyecto no exento de una puesta en escena que buscaba, en todo momento, la complicidad y la diversión de los presentes. Un maravilloso fin de jornada que te motivaba (más aún) para volver con las pilas bien cargadas al día siguiente.

Continuará…

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