¿Qué tienen en común la música, la pintura y una extraña puerta en Cambridge? La respuesta es sencilla, un hombre llamado Roger Keith Barrett.
Dejando a un lado las mentiras, cuentos e historias para no dormir sobre su salud mental, Syd Barrett fue un músico excepcional, poeta y pintar. De su obra nos quedan restos, porciones que o bien conservaron otros, o bien que él simplemente no destruyó. Barrett no respetó su obra, no entendía que a otros les pudieran gustar sus pinturas (ha tenido exposiciones en Londres de gran éxito), ni que su música siguiera vigente casi cuatro décadas después, como demostró su reacción ante el documental acerca de su figura de la BBC.
Este problema nace de su especial personalidad, y de su desastrosa salida de Pink Floyd, banda a la que le dio nombre, estilo y por momentos un motivo por el que existir: él mismo. ‘Shine On You‘ o ‘Wish You Were Here‘ son ecos de Barrett, y The Wall bebe fantasiosamente de él. Su salida de los Floyd fue de todo menos amistosa, los chicos no confiaban en un líder cuyo talento era tan infinito como su falta de profesionalidad. Syd no quería ser músico, Syd quería disfrutar de la música, o de cualquier otra cosa. Como ha pasado en otros casos similares, el repentino éxito cambió algo dentro de la banda, y la marcha de su líder acabó siendo dramática. Dejaron de llamarlo para actuar, sus propios amigos de la infancia, Roger Waters y David Gilmour, que participaron en la infamia apoyados por Nick Mason y Rick Wright. Con Barrett como líder, la banda no tenía asegurado el éxito, necesitaban trabajo y profesionalidad, un líder que les permitiera dejar de ser universitarios y ser millonarios. Es cierto que posteriormente, Gilmour ayudó algo a su ex compañero, pero la actitud de Waters y Mason fue especialmente despreciable.
The Madcap Laughs pudo ser un álbum aún mejor, con Ratledge y Wyatt de The Soft Machine, Jerry Shirley de The Humble Pie, Steve Peregrin Took de Tyrannosaurus Rex, Waters y Gilmour de Pink Floyd, y la parte visual a cargo Mick Rock.
Pero no quedó todo aquí, Roger Waters y David Gilmour son los culpables de que The Madcap Laughs sea uno de los álbumes pop con más potencial de la historia y con una producción dantesca. Las grabaciones con Barrett, no eran fáciles, pero tanto como para mostrar un producto final de tan baja calidad no. La historia del The Madcap Laughs no fue sencilla, Syd comenzó a grabar nada más dejar Pink Floyd, pero la ruptura con su novia, provocó que el músico también dejase de grabar. En esta primera fase de la grabación aparecen músicos de la talla de Mike Ratledge y Robert Wyatt de The Soft Machine, Jerry Shirley de The Humble Pie, o Steve Peregrin Took de Tyrannosaurus Rex. Sin embargo, la huida del de Cambridge, que se dedicó a viajar por el país en su Mini, nos privó de tener un The Madcap Laughs plagado de estrellas invitadas, pese a que después se han desvelado todas las canciones y a estos nombres hay que sumarles el de David Gilmour (estuvo en el álbum para lo bueno y lo malo). Por ponerle la guinda al álbum, Mick Rock, amigo personal de Barrett hasta el final de sus días, se encargó de la parte gráfica.
La desaparición de Barrett provocó que el manager del artista, Peter Jenner, no produjese también la segunda tanda del álbum, que corrió a cargo de Malcolm Jones, el hombre al que Gilmour y Waters arrebataron el proyecto. Estos dos, son también los responsables de la elección de un título de dudoso humor, además sumarle intros y tomas de prueba a las canciones (espacios de tiempo que podían haber sido ocupados por otros temas magníficos), son hechos que terminaron por destruir un álbum que aunaba melodías maravillosas, guitarras imposibles y letras que son pura poesía. El objetivo de este atentado musical es más que conocido: “mostrar el estado de Syd Barrett”. Barrett era un joven que estaba dejando el LSD, adicto al Mandrax, que había sufrido una ruptura sentimental y al que se le había descubierto una enfermedad que lo perseguiría el resto de su vida: la diabetes. Este último detalle era desconocido hasta no hace mucho, pero Barrett lidió con la diabetes desde los 21 años, y las sombras de la “generación de los 27” se posaron sobre su cabeza. El colmo de la situación fue el abandono del proyecto de Roger Waters, un despropósito. Destrozar The Madcap Laughs (retrasos en su salida incluidos) hizo mella en Syd, aunque su siguiente y último trabajo, Barrett, en esta ocasión bien producido por Gilmour, le devolvió algo de entereza. Hay que destacar también que este segundo álbum tardó en grabarse cinco meses, por los quince del Madcap. Sí, Syd era un tipo complicado, pero no tanto como algunos intentaron hacer ver para librarse del estigma de ser malos amigos y compañeros de banda, el sonido del Barrett es la prueba. En este segundo álbum, además colaboró Rick Wright, cosa que no había ocurrido en el anterior.
Tras esto, el desencanto de Barrett por la música fue pleno. Syd no se fió de nadie más, hubo algún intento con la banda Stars, e incluso unas grabaciones de 1974 auspiciadas por fans del de Cambridge del calibre de David Bowie, que en 1973 ya había grabado su versión de ‘See Emily Play‘, pero a esas alturas Syd había interiorizado que su música era una fuente de frustraciones, y perdió lo más importante que puede tener una persona: la ilusión. De hecho, en declaraciones a Rolling Stone en 1971 (a Mick Rock), vino a decir que para poder tocar necesitaría a personas capacitadas para ello, y que no conocía a ninguna. Al poco de comenzar las grabaciones, Barrett abandonó los estudios para no volver más. Aquellas inconclusas e instrumentales sesiones fueron el último paso del de Cambridge por un estudio, en agosto de 1974. Más adelante se le vio en pubs escuchando música en directo y en tiendas de guitarras (en su casa, al morir, conservaba una), pero la relación pública con la música se había roto. Muy probablemente también se había roto su relación con la pintura, pues destruyó su obra siempre que pudo, con fuego, o “reciclando” lienzos. Su carrera artística carecía de valor para él, su arte era una distracción, nada más.
Barrett había hecho cosas realmente impresionantes como ‘Interstellar Overdrive’, como la guitarra solista invertida de ‘Dominoes‘ o esa oda al ácido que es ‘Octopus‘ (‘Clowns and Jugglers’ antes de que sus ex compañeros y productores metieran la tijera). En el recopilatorio Opel (aunque el nombre debió haber sido Opal), escuchamos otras maravillas como la épica ‘Swan Lee‘, o la homónima ‘Opel‘, llena de estrofas tan poéticas como difíciles de recitar. Sin embargo, hay dos canciones de Syd que jugaron con el tiempo, y que por desgracia no han salido a la luz de forma oficial. Son dos composiciones de 1967, uno de esos temas, capado por los Floyd en Youtube con vistas a sacar material inédito más pronto que tarde. ‘Money’ era una canción de Pink Floyd, ¿no?
Hay una pregunta que siempre sorprende: ¿cómo pasó Syd del blues de Slim Harpo, de John Lee Hooker o Bo Diddley a innovar en todo lo que hacía? Está claro que el consumo de drogas le ayudó a abrir puertas (con llaves baratas), pero no parece una explicación suficiente. Syd Barrett es uno de los mejores autores de rock espacial de la historia (‘Interstellar Overdrive’ y ‘Astronomy Domine‘ dan fe de ello), uno de los capos psicodelia (‘See Emily Play‘, ‘Matilda Mother‘ y ‘Flaming’, una de las canciones de cabecera de Temples), un maestro del pop (‘Here I Go‘, ‘Dominoes’, ‘Baby Lemonade‘, ‘Late Night‘, ‘Wined and Dined‘) y… ¿Es que hay más? Por supuesto, con un talento así siempre hay más: punk, metal y grunge. Syd Barrett, en 1967, se adelantó unos años a estos estilos, haciéndolo cuando ya había tenido su famoso y falso “breakdown”, fechado en septiembre u octubre de ese mágico año para la música.
‘Vegetable Man’ es probablemente la primera canción de la historia que suena a punk británico. No se la puede considerar proto punk, si acaso, post punk (la versión de The Jesus and Mary Chain es magnífica). No es de extrañar que los punks detestaran a Pink Floyd pero respetaran a Barrett, porque a su forma, había luchado contra el sistema. Sex Pistols (sí, la banda del de “I hate Pink Floyd“) y The Damned le pidieron al de Cambridge que fuera su productor, y por supuesto, Syd ni entendió la propuesta. Él no era nadie para producir nada. Si bien la letra de ‘Vegetable Man’ tiene poco que ver con lo que fue el punk, su melodía, su guitarra, su ritmo, y la voz, son sin duda, una demostración de que los viajes en el tiempo existen. El tipo triste y acabado que veían sus compañeros, lo había hecho una vez más. Sin embargo, decidieron descartar el tema porque dejaba demasiado a las claras el estado mental de Syd (?), un estado que luego ellos quisieron sacar a relucir en el The Madcap Laughs, otro sinsentido.
Vegetable Man por CaseyDeiss
La segunda canción da miedo escucharla. Se titula ‘One In A Million’ y viene a ser como meter en una coctelera a Black Sabbath y a Nirvana. ¿Que cómo se le ocurrió a Barrett una línea de guitarra tan pesada en aquella época? La historia dice que Syd, harto de las peticiones de nuevas ‘Arnold Layne’ o ‘See Emily Play’, empezó a componer crear poco comerciales. ‘Vegetable Man’ no entra dentro de esa teoría porque fue compuesta en una sobremesa, justo antes de ir a grabar, porque los Floyd necesitaban temas nuevos. ‘One In A Million’ fue toda una rebelión contra EMI y el público que acudía a sus conciertos. La canción, como ya he citado, tiene una línea de guitarra muy pesada, y otra vez, Barrett canta con un estilo poco habitual en él, muy diferente al que usaba en sus temas del The Pipers at the Gates of Dawn. La canción nunca formó parte de ninguna sesión de estudio, quedando para la posteridad su interpretación en un par de directos, destacando por encima de todos el del Star Club de Copenhagen.
La semana que viene se cumple el noveno aniversario de su muerte, nueve años no son nada, sobre todo si tienes el talento de Roger Keith Barrett.
Syd Barrett, estrella del rock en la veintena, y solitario pintor el resto de su vida, es un hombre que esconde muchos secretos por desvelar. Misterios que podrían ver la luz en forma de álbumes, de cuadros o incluso de informes médicos, si es que los llegamos a ver. Lo que no podemos olvidar es lo que ya sabemos, que hace nueve años murió una persona que entre 1965 y 1974, compuso obras inalcanzables para otros, un arte solo al alcance de uno de los genios más especiales de la historia de la música. Tan especial era, que su carrera se basó en pintar canciones imposibles, temas que solo podían nacer en su mente, una mente a la que se entraba a través de una triste puerta azul.