Corría 1990 en Inglaterra cuando todos los chicos llevaban gorros de estilo pescador y todas las chicas deseaban ser la Sally a la que cantaban unos Stone Roses que llevaban ya un año sonando en la radio e inspirando grupos de música.
Uno de esos grupos de música, Shadowcaster, es el que nos invita a acompañarles en esta película de Mat Whitecross que narra la travesía de una pandilla de amigos de Manchester para lograr llegar a Spike Island, el multitudinario concierto que ofrecieron The Stone Roses y que marcó un antes y un después en una generación ávida de nuevos ídolos y nuevos sonidos.
Considerado el acontecimiento inicial de la Segunda Invasión Británica que llegaría en los 90 y que nos dejaría como legado bandas como Oasis o Blur entre otras, el concierto es visto por estos chicos como una posibilidad de alcanzar el estrellato, por lo que sin pensarlo dos veces se lanzan a la aventura con el objetivo de llegar a la isla de Spike sin importar los obstáculos que se les pongan en el camino.
Spike Island es una película electrizante, colorida y alocada, como un cuadro del mismísimo Pollock (o de John Squire, dependiendo quien lo mire) que no solo nos muestra los valores de la amistad y el amor, sino que nos hace revivir una época musical diferente, antes de la era de internet. Una época en la que las diferencias con el panorama ofertado actual son muchas pero con respecto al sentimiento pocas, ya que tras ver este filme uno se da cuenta de que pasan los años pero las personas siguen teniendo el deseo de despertarse una mañana sabiendo que van a escuchar en directo las canciones de sus ídolos en un día soleado junto con otras de su condición, entrando así en una comunión mágica de hermanamiento que puede llegar incluso a hacerte creer que puedes vivir para siempre.