Transcurrido un año desde su publicación, echamos un vistazo a las memorias de Pablo Carbonell sin que nos ciegue el fulgor de la novedad.
Aunque calificar como clásica una canción titulada ‘Mi agüita amarilla’ podría causar perplejidad en algunos, lo cierto es que en ella se ha dado un curioso fenómeno de ósmosis cultural. Lejos de permanecer confinada en la categoría de himnos generacionales en peligro de olvido, ha terminado por convertirse en uno de esos temas conocidos por todos. O tal vez no, habida cuenta de que en España aún quedan personas capaces de hablar de “el agua que cae del cielo sin que se sepa exactamente por qué”: una laguna cultural que podría colmarse con la asistencia a un par de clases de la asignatura de Ciencias Naturales de antaño o de su contrapartida actual, Conocimiento del Medio; incluso bastaría con la mera escucha de esta canción de Los Toreros Muertos, incluida en un disco de debut que tuvieron la ingeniosa desfachatez de titular 30 años de éxitos.
Sin embargo, esta canción no constituye ni el eje central ni un punto de partida para El mundo de la tarántula (Blackie Books, 2016), a pesar de las referencias a la misma incluidas en su ilustración de portada. En este volumen dedicado a sus memorias, Pablo Carbonell no dejará de relatar su experiencia como cantante de Los Toreros Muertos. Pero mucho antes de llegar a esta etapa nos hablará de sus diversos intentos para vivir del cuento de manera casi literal: desde sus humildes comienzos en el teatro callejero hasta el punto de inflexión que supuso su contratación en el recordado programa de televisión La Bola de Cristal. Las correrías posteriores de Carbonell también hallan cabida entre estas páginas, destacando su trayectoria posterior como cantante y actor, su incursión en la dirección de cine con Atún y chocolate y, por supuesto, su periodo como reportero en Caiga Quien Caiga. Una omisión llamativa es su participación en el doblaje de Las aventuras de Ford Fairlane, aquella nefasta película protagonizada por el cómico estadounidense Andrew Dice Clay a quien Carbonell le prestó su voz en la versión en castellano con un resultado tan terrible como memorable.
El texto de El mundo de la tarántula se presenta ordenado en secciones relativamente breves, casi a modo de entradas de blog, que se prestan tanto a una lectura casual en el transporte público como a sesiones más dilatadas en nuestro sillón orejero preferido. Las amenas fechorías del joven Pablo Carbonell se leen casi como si de una novela de aventuras se tratara, con un tono desenfadado también presente en las acotaciones en cursiva que contienen las reflexiones de su yo más maduro. Así mismo, encontraremos momentos en los que el autor exhibe una gran sensibilidad, en especial al hablar de los fallecidos Pedro Reyes, Javier Krahe y su propia hermana Nuria (a quien podríamos conocer por su pequeño papel como Pili en Torrente, el brazo tonto de la ley). Pero el principal interés de El mundo de la tarántula reside en su capacidad para narrar de manera verosímil tanto las victorias como las derrotas, volviendo la vista atrás sin asomo de nostalgia por una época que demasiado a menudo se nos presenta desde perspectivas abiertamente mitificadoras y favorables en exceso. Y resulta muy destacable que Carbonell se permita algún espacio para una crítica política en absoluto tibia, a diferencia del discurso de otros personajes que también alcanzaron la fama en la década de los ochenta y que hoy han mutado su antiguo afán de transgresión por el conservadurismo más gris y acomodado.