Nikki Hill en Madrid: Ha nacido una estrella

La sala estaba hasta los topes. Ni un alfiler. Tanto en el gallinero como en las gradas V.I.P. Como en la ópera. Y es que el concierto que se marcó Nikki Hill y su banda en la Sala El Sol el pasado martes 3 de diciembre fue de los que crean adeptos. Música en mayúsculas. De altos vuelos. Aún no me he repuesto de ello y casi ha pasado una semana. Y, mejor aún, espero no reponerme nunca.

 

Antes de empezar con la gozada de concierto, hay que dar un pequeño espacio a lo negativo. Sé que no va a leer esta crónica puesto que no estará a la altura de su excelso paladar. Nosotros sólo éramos unas curritas que intentábamos cubrir un evento de la mejor y profesional manera pero, claro, era más importante no dejarnos paso. La segunda y la primera fila distan una barbaridad en la Sala Sol. Conocimos en nuestras carnes a la viva imagen del energúmeno de turno, el profesional del tocapelotismo. Sólo espero que, al menos, supiera disfrutar de la delicia de concierto que tuvo a tres palmos de narices. Y ahora, al lío.

 

El público estaba expectante por ver en escena a Nikki Hill y compañía, una de las grandes revelaciones del panorama underground americano. Sinceramente, creí que seríamos pocos pero un día antes se comunicó el sold out. Gran sorpresa. Desde Carolina del Norte se presentaba Nikki Hill y su banda, liderada por su marido, un pequeño vikingo blanco. El concierto empezó con una pieza instrumental donde se dejaba ver qué nos iba a deparar la hora y media que duraría el evento: rock and roll del de verdad, sin ningún tipo de trampa ni cartón. Desde la primera nota hasta la despedida es como si hubiéramos echado una moneda a la jukebox de la cafetería. Un viaje hacia el pasado, hacia las raíces de la música norteamericana. Un sueño del que no quisieras despertar. Después de esa primera toma de contacto, apareció Nikki Hill con su leopardesco y característico tocado. Lo que siguió a continuación fueron una serie de flashes continuos, cada cual más luminoso. ¿Gospel? ¿Rock’n’roll? ¿Blues? ¿Rockabilly? ¡Si incluso sonaron acordes de reaggae en algún que otro tema! A la llamada de su grito ‘are you ready for the rock and roll?‘, el público respondió como si estuvieran en medio de un rodeo, silbando, jaleando y dando palmas, o sentados en la sala más elegante de Nueva Órleans, permaneciendo callado cuando se interpretaban los temas más tranquilos. Nikki Hill y los suyos conseguían transportarte a escenarios diferentes con cada interpretación con una facilidad pasmosa, fuera el tempo que fuera. Una actuación cargada de naturalidad y enorme talento, gracias a la música que crean, salida directamente desde el alma (aunque parezca una cursilada). La voz de Nikki y la técnica de su banda, sobresaliente su marido, convirtieron su concierto en un auténtico ejercicio de virtuosismo. Cada palabra que siga escribiendo sólo valdrá para rellenar papel y nunca podrá estar a la altura de cómo nos sentimos cada uno de los afortunados que estuvimos allí presentes. Temas como Keep Your Hands Off My Man, Don’t Cry Anymore, Shake a Hand o I Got a Man, canción que fue su carta de presentación en sociedad, pasaron por el escenario de la Sol donde el tiempo parecía haberse parado ante nuestros ojos. Había nacido una estrella. Se atrevieron versionando a Chuck Berry y su Sweet Little Rock and Roller y el Whole Lotta Rosie de AC/DC. Superaron con creces cualquier expectativa. Simplemente brutales. El público estaba absolutamente rendido y abducido por su voz, sus solos de guitarra y su enorme atractivo. Hubiera subido al escenario encantado a bailar y desgañitarse con ellos cuando volvieron al escenario para despedirse con dos temas más. Desde aquí dar gracias a El Sótano de Radio 3 y a Diego por descubrírmela hace ya varios meses. Y sobre todo, ¡gracias a Nikki Fucking Hill!

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