Islas de Cemento (Origami Records, 2015) es su quinto álbum de estudio tras dos años de silencio. Un disco que, si habéis tenido la oportunidad de escuchar por completo, es de esos que tienes que ir escuchándolos poco a poco para que te vayan convenciendo. Su directo es otra cosa completamente diferente, ya que desde que comienzan a sonar los primeros acordes, te enganchan con un je ne sais quoi difícil de describir si no lo habéis vivido.


Solamente tres elementos para un gran espectáculo: guitarra, bajo y batería: Manuel Cabezalí (guitarra y voz), Javier Couceiro (batería) al que ya habíamos tenido oportunidad de ver en la Plaza del Trigo del Sonorama haciendo un cameo estelar con Pasajero, y Jaime Olmedo (bajo).

Canciones oscuras, llenas de tensión, pero que componen una atmósfera propia que te envuelve. En ocasiones recuerdan a The Smashing Pumpkins pero con toques de doom metal que animan al público.

Los momentos de calma con canciones más sosegadas hacen que la magia se rompa un poco, quizás demasiada calma, demasiado contraste con unas canciones con partes únicamente instrumentales en las que queda patente que es una banda de músicos con mayúscula: Manuel a la guitarra con un uso impecable del trémolo y acordes elegantes a una velocidad vertiginosa, Javier a la batería dando ritmo constante, en ocasiones frenético y Jaime que hasta se anima a enseñarnos nuevos instrumentos como un llavero (como el nombre indica, muchas llaves juntas) dando un sonido interesante y por otra parte desconocido (lo podéis ver en la imagen).

Tal y como comentó Manuel a mitad de concierto, las canciones están inspiradas por un libro de poemas Manual para conductores borrachos de J.J. Cabezalí (hermano del cantante).

“Incursiones” es quizá su canción mas contundente, Manuel se animó a bajar al público a tocarla un rato, y nos hizo disfrutar. Havalina, demuestra que tiene una garra especial, y después de un concierto con algún que otro altibajo y problemas de sonido, nos dejaron un gran sabor de boca.  Nos dieron instrucciones para el bis antes de tocar su última canción. El backstage del Dabadaba se encuentra en una sala fuera del mismo y después del desgaste del concierto, en el que lo dieron todo, el trayecto se antojaba largo: tocamos la última, nos quedamos aquí al lado, chilláis mucho, volvemos y os tocamos otras dos. Y así fue: terminan el concierto llevándonos al “Norte”, para poner el broche final.

En definitiva, un sonido contundente y lleno de matices que bien merece el precio de la entrada.

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