Hum destapa a Eerie Wanda como una de las bandas con más proyección en la escena psicodélica actual. El álbum, una oda al dream pop, no rehuye ninguna clase de sonido, ni de influencia. Desde las vibraciones californianas hasta las ondas británicas, pasando por la propia historia del siempre interesante sonido neerlandés.


Tengo la impresión de que el adjetivo “delicioso” referido a una canción o un disco vendría a ser significar en nuestro día a día “cuqui”. Y en principio, yo odio lo “cuqui”. Sin embargo he de reconocer que Eerie Wanda ha sacado un álbum delicioso, una obra en la que vivir durante un tiempo o a la que volver cuando las cosas no van bien. Esta es otra característica muy curiosa, y que pocos discos contienen. Para sentir que puedes vivir entre sonidos, estos han de imitar a la vida; y para querer vivir en ellos han de ser felices, al menos en su desenlace. No sé si la vida tiene final feliz, pero Hum permite el modo repetición, y a mí por el momento me vale con eso, con no morir. En última instancia, y en caso de que el genial León Ruiz Gosling tuviera razón con aquello de que “lo cuqui mata”, pongámonos moñas del todo y añadamos algo más a la ecuación: que me mate sí, de amor. Hum tiene ese dulce instinto asesino.

Eerie Wanda es otro producto de la maravillosa factoría de Beyond, Beyond, is Beyond Records. La banda está formada por Marina Tadic y la banda de Jacco Gardner: Jasper Verhulst (bajo y producción), Bram Vervaet (guitarra), y Nic Niggebrugge (batería). Desde el primer momento Hum desprende un aroma embriagador, como el de los bizcochos que preparaba tu abuela, o como el de los combinados que inventas en casa cuando tienes visita, incluso el de ambos entremezclados. Porque la adicción que ‘Happy Hard Times’ provoca no puede estar causada por sustancias legales. Buena parte de la culpa la tiene Tadic, cuya voz flota sobre unas melodías de ensueño. Verhulst demuestra porqué Gardner confía en él algo tan importante como el bajo, y además se destapa como un productor excelso. El holandés cuida cada nota como si de un hijo se tratase, manteniendo a su vocalista como estrella de la obra, y acompañándola por unos instrumentales sencillos y preciosistas. Vervaet añade lo suyo a Hum, generalmente acompañando la voz principal con su guitarra, y también destapándose cuando la ocasión lo requiere. Niggebrugge en ocasiones pasa desapercibido, y eso en un álbum de dream pop es mejor que ser protagonista. El tipo conoce cuál es su papel: el de secundario salvador.

I am over here’ es un maldito sencillo como la copa de un pino. Si una canción permite que se le añadan palmas a modo de complemento, es que es buena. Si esas palmas hacen de ella un tema aún mejor, es que estamos ante una obra maestra. El interludio instrumental es genial, protagonizado por las citadas palmas, bien acompañado por la batería, y entrelazando guitarra y bajo. ‘I am over here’ está construida de forma muy sencilla, pero su encanto es infinito. ‘Mirage’ vira su rumbo hacia el sonido californiano, meciendo al oyente entre sus piernas, elevando sus súplicas hasta el infinito. ‘New Harmony’ mantiene la línea de su predecesora, añadiéndole alegría al conjunto: hay que ser felices joder. ‘Angel Hair’ explora el lado más misterioso del género con un tempo bajo que se deshace en el paladar y te obliga a cerrar los ojos para disfrutarlo al completo. ¿Qué decir de ‘Volcano Lagoon’? Aquí la mano invisible de Gardner se hace real. Sabemos que no está físicamente, y sin embargo su influencia sobre estos músicos es evidente. La instrumentación tendría cabida en Hypnophobia, en especial la guitarra. ‘Hum’ le da presta su nombre al álbum y nos retrotrae a los lentos ritmos marcados por la batería, con un bajo especialmente protagonista. Por el contrario, las seis cuerdas tratan de darle algo de alegría. El resultado es una canción melancólica, sesentera y británica. ‘To Dream Again’ inicia la segunda mitad de Hum invocando al hipnotismo a través de la repetición y de la contenida felicidad que Tadic transmite. ‘The Reason’ apenas cambia de tercio, siendo una continuación de su predecesora. La cuesta abajo del disco es más rápida -algo que desde el punto de vista físico resulta lógico- y etérea, con menos adornos. ‘Vinny’ es otro corte gardneriano, veloz y con una percusión arrolladora. ‘Working on the Field’ es una versión descafeinada del disco. Carece del gancho del conjunto entero aunque conserva su belleza. La penúltima es ‘The Boy’, cuyo sonido difiere de lo anteriormente escuchado. Más espiritual, más fantasmal, también infantil y juguetona. ‘There aren’t many things’ cierra Hum de forma suave, con un estilo que traspasa la frontera para desembocar en el chamber pop con una pequeña licencia poética al final.

Hum se hace corto, muy corto. Entiendo que Eerie Wanda no tuvieran más canciones, al fin y al cabo trece es un número corriente para un disco. Treinta y ocho minutos es lo que suele durar un elepé, y la banda no ha de hacer más que eso. Lo breve que me resulta el álbum es lo único realmente negativo que puedo escribir, y eso teniendo presente que es un debut. Hum tiene de todo: canciones para bailar bajo el cálido sol primaveral, canciones para pensar, canciones para bailar y pensar a la vez (cuidado, puede ser peligroso). Es de esperar que la experiencia de los directos y los mensajes que vayan recibiendo de sus fans hagan que la banda pula los pocos defectos que tienen. Unos errores más achacables a la ignorancia acerca de la reacción del público con respecto a sus temas, que a otra cosa. Porque si algo tiene Hum son canciones llenas de esencia, y por lo tanto perfectamente justificadas. No hay relleno, ni trampa, ni cartón. Hay composiciones magníficas que tocan de soslayo la psicodelia, que te sumergen en paisajes ensoñadores, y cuyo minimalismo las hacen comprensibles. No sé qué tendrán los Países Bajos, probablemente un ácido mejor que el del resto de Europa.

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