Hoy se cumplen diez años de la muerte de uno de los mayores genios musicales de la historia: Roger “Syd” Barrett. El de Cambridge fue el creador de Pink Floyd y uno de los artistas más influyentes y a la vez efímeros que hayan existido
Dicen que el amor siempre surge, que nace de casualidad, que no hay una fórmula matemática que pueda crearlo, que no nace de una probeta. Hace años que empecé a escuchar a Pink Floyd, y al igual que con otras bandas, lo hice siguiendo sus álbumes según la línea temporal: de más antiguos a más modernos. Esta metodología me llevó a sufrir muchos disgustos, como si en la década de los 60 y 70 los mejores discos no fueran los primeros. Sin embargo con Pink Floyd todo fue diferente. Su primer trabajo, The Piper At The Gates Of Dawn me cautivó de tal manera que me costó dar el salto hacia el A Saucerful Of Secrets. Era alegre y luminoso; melancólico y oscuro; infantil y juguetón; adulto y serio. El cóctel perfecto, uno de los mejores álbumes de 1967, que ya es decir. Sin embargo cuando di el salto al siguiente trabajo, algo había cambiado, aquello no era lo mismo. En la era de internet las respuestas están a apenas unos segundos, y la respuesta resultó ser un tal Roger Keith Barrett, más conocido como Syd. Él era el líder de Pink Floyd en sus inicios y 1968 simplemente dejó la banda. Mientras avanzaba con la discografía de Pink Floyd (The Dark Side Of The Moon me recuperó para la causa, más o menos), supe que mi siguiente trabajo iba a ser escuchar el trabajo en solitario de Syd Barrett. Aquello que se resumía en un par de álbumes en solitario y un tercero compuesto por descartes y caras b acabó siendo mucho más. Cuando alcancé el fina de su obra me vi metido en una nube de canciones, de búsquedas de bootlegs, de más descartes… Hasta haber escuchado todo lo grabado por Barrett. Sin lugar a dudas había encontrado la banda sonora de mi vida, la que iba desde ‘See Emily Play‘ hasta ‘Swan Lee‘. Y porqué no decirlo, la que va desde ‘Butterfly‘ (1965) hasta ‘Boogie #2‘ (1974). El impacto de su música fue tal que desde entonces Syd Barrett es mi constante sonora. Todo por empezar a escuchar Pink Floyd desde sus inicios: fue amor a primera escucha.
A decir verdad, Syd Barrett murió en 1974 cuando salió de los estudios de Abbey Road por última vez. En 1975, durante las mezclas posteriores a la grabación del Wish You Were Here el que entró allí ya fue Roger Barrett, un desconocido. Cuenta la leyenda que cuando sus antiguos compañeros le preguntaron su opinión acerca del disco, Barrett les contestó que “sonaba viejo”. En 1982, con un aspecto muy mejorado con respecto a su aparición de 1975, dio su última y corta entrevista a Actuel Magazine. Desde entonces y hasta el final de sus días vivió bajo un silencio sepulcral, negándose a responder a todo aquel que preguntase por su pasado. Mucho se ha elucubrado acerca de las causas de su “desaparición”, quizás no sean tan lejanas a las que llevaron al David Bowie a su retiro en Nueva York. Un Bowie que idolatró a Barrett, del que se inspiró y al que llegó a versionar. A Syd siempre se le acusará de no querer más, de estar loco por ello, de haber sido un adicto… Pero pocas veces se le reconocerá lo contrario: sus ganas de vivir, su capacidad para superar sus adicciones, su determinación para llevar una existencia discreta. Lo que diferenció a Barrett de otros fueron precisamente estas cualidades, que sumadas a la calidad de su obra conformaron una leyenda en la que irónicamente brilla más su lado oscuro. Este último hecho tiene mucho que ver con Pink Floyd, los encargados de conducir el legado de su antiguo compañero. Ya sabéis: ‘Wish You Were Here‘, ‘Shine On You Crazy Diamond‘, Pink (en The Wall…), todas esas obras que de un modo u otro contribuyeron no solo a expresar el sentir de la banda, sino a crear una imagen -equivocada o no- de Barrett. La única derrota que sufrió fue aquella que acabó con su vida el 7 de julio de 2006 tras casi toda una vida luchando contra la diabetes y unas terribles úlceras, además de un cáncer de páncreas.
Quien quiera acercarse un poco a esta leyenda de la música que escarbe en internet y en los libros, pero sobre todo que escuche su obra. Él creó el rock espacial con ‘Interstellar Overdrive‘, él se lanzó al pop más ácido con ‘Arnold Layne‘, él se adelantó al punk con ‘Vegetable Man‘, él se adelanto al metal e incluso al grunge con ‘One In A Million‘ y por supuesto él le cantó al amor y al desamor como nadie en sus dos álbumes en solitario: The Madcap Laughs y Barrett, además de los descartes que aparecieron en Opel. Han pasado ocho años desde mi primera escucha consciente de su música, diez desde su muerte y cuarenta y dos desde su última grabación conocida, muchos años sin que nadie haya hecho nada ni medio parecido. No me cabe la menor duda de que el tiempo seguirá tratando mejor a Barrett que a sus viejos amigos, y sino que se lo pregunten al pobre Rick Wright. Porque Syd Barrett siempre estuvo en otro planeta, ya lo proclamó en ‘Jugband Blues‘:
It’s awfully considerate of you to think of me here and I’m much obliged to you for making it clear that I’m not here.