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action or later. Please see Debugging in WordPress for more information. (This message was added in version 6.7.0.) in /var/www/html/wp-includes/functions.php on line 6114Las criptomonedas como Bitcoin, Ethereum o Cardano llevan más de una década entre nosotros. Pero a pesar del tiempo transcurrido y su creciente adopción, persisten aún muchos mitos y falacias sobre sus reales capacidades, limitaciones y efectos. Esta falta de claridad alimenta tanto un rechazo visceral en algunos sectores como expectativas poco realistas sobre una tecnología que está aún madurando.
En este artículo, vamos a examinar algunas de las creencias más extendidas en torno a las divisas digitales descentralizadas, confrontando su grado de verdad o mentira a la luz los hechos. El objetivo es arrojar luz sobre qué hay de cierto o falso en sus presuntas bondades en ámbitos que van desde la privacidad al impacto medioambiental. Solo así podremos valorar con criterio si estamos ante una revolución tecnológica llamada a transformar el mundo de las finanzas y el comercio o una burbuja pasajera.
Gran parte del atractivo de las criptomonedas como el bitcoin reside en la posibilidad de realizar transacciones anónimas, sin someterse a la vigilancia de gobiernos o bancos. Sin embargo, esta es una de las mayores falacias en torno a estas divisas.
Si bien es cierto que las transferencias entre monederos de cripto se realizan sin proporcionar nombres reales, el rastro de la actividad queda registrado públicamente en los libros contables de las cadenas de bloques. Aunque resulte difícil rastrear al titular de una dirección de criptomonedas, varias empresas especializadas aseguran ya poder lograrlo mediante sofisticados análisis de datos, sobre todo cuando el usuario saca o mete dinero en el sistema desde plataformas reguladas con políticas de KYC (know your customer o conoce a tu cliente).
Las criptomonedas ofrecen mejores niveles de seguridad que el dinero efectivo para prevenir falsificaciones o evitar robos si tomamos las debidas precauciones de uso. Mediante algoritmos criptográficos, registran las transacciones en redes descentralizadas e inmutables que dificultan su alteración.
Sin embargo, en absoluto son 100% invulnerables a posibles ataques informáticos o estafas que roben o suplanten nuestra identidad para acceder a nuestros fondos. Los exchanges centralizados donde solemos comprar y custodiar cripto son especialmente débiles ante hackeos multimillonarios como el sufrido por Coincheck en 2018 por valor de 530 millones de dólares en monedas NEM.
Aunque su concepción intelectual y primera implementación datan de la última década, la tecnología criptográfica y los fundamentos ideológicos previos sobre el dinero descentralizado tienen ya más recorrido. Fueron sentando sus bases conceptuales pensadores contraculturales como el anarcocapitalista Murray Rothbard o el pionero de la criptografía digital David Chaum desde los años 80.
En la práctica, las divisas virtuales llevan más de una década entre nosotros desde el lanzamiento del bitcoin en 2009. Por tanto, ya no son una promesa futurista sino una realidad presente con sus luces y sombras. Eso sí, los expertos creen que estamos ante una tecnología aún en fase muy inicial de madurez cuyo potencial transformador está por desplegarse en muchas facetas de nuestras vidas.
Uno de los primeros atractivos de las criptomonedas fue su rápido rendimiento como un activo especulativo de alto riesgo con potencial de forrarse con pocas inversiones. Sin embargo, esta visión reduccionista está cambiando a marchas forzadas. Cada día, más empresas permiten pagos en criptodivisas por sus servicios y un número creciente de personas en países con monedas débiles o inestables están adoptando estos activos digitales para proteger sus ahorros frente a la inflación.
Por ello, algunas de las criptomonedas estables o stablecoins vinculadas al valor de divisas fuertes como el dólar están ganando popularidad para usos cotidianos. En El Salvador, por ejemplo, hay quienes reciben ya sus salarios en la criptomoneda oficial Bitcoin.
Otro mito extendido es que las criptomonedas pierden toda utilidad ante cualquier interrupción en el acceso a internet. Esta debilidad relativa frente al dinero efectivo es cierta, pero existen ya soluciones tecnológicas que permiten el uso y el intercambio fuera de línea.
En ocasiones, se transmiten claves privadas físicamente impresas en papel. Pero también hay startups trabajando en innovadoras tarjetas con chips integrados o monedas con códigos QR que almacenan criptodivisas y permiten su gasto sin conexión. Con estos desarrollos, se garantiza cierto acceso en caso de caídas de internet, censura gubernamental sobre la red o desastres naturales.
Volvamos de nuevo sobre la cadena de bloques, el soporte público donde quedan registradas todas las transacciones. Su carácter inmutable y permanente convierten el rastreo de flujos entre direcciones en toda una disciplina de investigación. Mediante ingeniería forense, las empresas especializadas logran cada vez mayores cotas de transparencia sobre las operaciones sospechosas.
Los propios exchanges tienen obligaciones legales de reportar actividades irregulares a las autoridades. Y la regulación sobre la trazabilidad de las criptomonedas no hace más que aumentar en todo el mundo, en sintonía con las directrices del GAFI para combatir el fraude fiscal y el blanqueo de dinero.
La minería es el proceso mediante el cual se validan las transacciones y se emiten nuevas unidades de criptomonedas como recompensa por prestar la potencia informática de nuestro ordenador a la red. Originalmente, era una actividad al alcance de cualquiera con un PC en casa. Pero esa facilidad inicial se fue esfumando conforme crecía la competencia entre mineros y la complejidad de los desafíos matemáticos a resolver.
Actualmente, la minería industrial de criptomonedas como Bitcoin está tan profesionalizada que prácticamente ningún usuario doméstico obtiene una rentabilidad positiva dedicando sus equipos a esta tarea. Requiere potentes ordenadores especializados y acceso a muy bajo coste a enormes cantidades de energía eléctrica. Un oligopolio de grandes empresas y pools de minería ubicados en países con el 100% ahora disponible.
Uno de los mayores lunares de las criptomonedas es su enorme huella ecológica derivada del elevado consumo energético. Solo la red Bitcoin tiene un gasto eléctrico similar al de países enteros debido a la citada carrera armamentística computacional entre mineros. Y su dependencia de centrales de carbón baratas en países como China para obtener rentabilidad arroja muchas sombras sobre la sostenibilidad del sistema actual.
No obstante, la adopción de modelos alternativos de consenso en nuevas criptodivisas como Cardano, menos intensivos en cómputo y por tanto en emisiones contaminantes, augura un futuro más verde para las finanzas descentralizadas.
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Como hemos visto, ni todos los mitos sobre las criptomonedas son falsos ni todas sus virtudes publicitadas resisten un análisis profundo. Nos encontramos ante una nueva clase de activos con unas características rompedoras, pero también algunas limitaciones inherentes fruto de su relativa juventud.
Queda por ver si conforme madure la tecnología blockchain, se reducirá la volatilidad de su valor, aumentará la escalabilidad de las redes o se mitigarán preocupaciones ambientales y de blanqueo de capitales. Mientras resolvemos esas incógnitas, lo sensato es mantener una visión equilibrada, ni negacionista ni mesianica, sobre el rol que las criptodivisas como Bitcoin o Ethereum pueden desempeñar en el futuro de las finanzas.
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