Tras el buen sabor de boca que nos dejó el Vida Festival 2016 y las dos maravillosas confirmaciones con las que han dado el pistoletazo de salida para su cuarta edición (La Casa Azul y Real Estate), no podemos esperar al 29 y 30 de junio y 1 y 2 de julio para volver a perdernos en ese precioso bosque de Vilanova i la Geltrú


SÁBADO 2

Otra vez camino a la Masia d’En Cabanyes no hacía más que maldecir y patalear por no tener el cuerpo para estas juergas después de los exámenes (siendo el Vida mi primer festival de verano de 2016), por haberme quedado hasta las tantas bailando, por tener servicio de bar 24h en el camping (a diferencia del que hay en el recinto), por tener unos amigos sin fondo que me lían y por haberme perdido a Emilio José e os Indígenas en un intento desesperado de aferrarme a la vida en forma de siesta. Más tarde me enteré de que no me había perdido gran cosa pues el gallego había tocado una sola canción. Mal de muchos, consuelo de tontos.

De nuevo en la Masia -el escenario maldito en el que ningún concierto me había sonado bien- volvía a tener ante mí a Balthazar. Unos pocos meses atrás había podido ser de los afortunados que vieron a esta banda en la Antiga Fàbrica Estrella Damm durante una de las fiestas de presentación del Vida Festival. Recordaba esa tarde con especial cariño, como algo mágico, un diez sobre diez. En esta ocasión, como temía, el escenario seguía teniendo sus fallos (aunque menos que el día anterior), pero contra el talento no se puede hacer nada y es por eso que aquellos cinco belgas lograron dar a luz un excelente concierto. No faltó ‘Fifteen Floors’ poniéndonos el vello de punta, los movimientos de hombros al ritmo de ‘Do not claim them anymore’, el final prácticamente a cappella de ‘Blood like wine’ e incluso una nueva canción, además de una gran cantidad de temas de su último trabajo Thin Walls (2015). Fueron capaces de crear un fuerte lazo con el público, en parte gracias a uno de los guitarristas -que no paraba de contonearse al más puro estilo Father John Misty, a mi parecer- mientras el otro estaba más ocupado con su vaso que con el concierto; la única chica del grupo de vez en cuando daba tímidos pasos hacia adelante y el resto de miembros pasaban completamente desapercibidos. Tras un tierno abrazo y reverencia grupal se despidieron del festival muy agradecidos por la gran cantidad de público que lograron reunir, aunque más tarde volveríamos a encontrárnoslos: a uno de ellos viviendo más que nadie el concierto de Perro y a otros bailando en 2ManyDJs mientras hacían movimientos imposibles como si se hubiesen aflojado las articulaciones especialmente para la ocasión.

Balthazar en la Masia.

El escaso rato que invertí en ver a The Divine Comedy me pareció más que adecuado ya que, además de causarme la mayor de la indiferencia que he sentido jamás, tenía planes mejores en el que desde ya mismo bautizo como “mi escenario favorito de mi festival favorito”: La Cova Menú Stereo. Los barceloneses de Mushroom Pillow lograron llenar su parcelita de bosque solamente con subir al escenario y, además, lo hicieron con una extensa variedad de audiencia: parejas, padres con sus hijos, personas ya entradas en años, jovencitos con ganas de partirse el cuello (está bien, ahí me incluyo yo), miembros de otros grupos como Tremenda Trementina que muy a mi sorpresa se sabían todas y cada una de las letras… Toda esa gente nos habíamos reunido a los pies de Odio París dejando de lado nuestras diferencias por una misma causa: disfrutar de un buen concierto. Y desde luego que lo conseguimos. Ya antes de comenzar avisaron de que tenían muy poco tiempo y muchas ganas de tocar, de manera que iban a darle (y menos mal, porque lo ansiaba) mucha tralla y poca charla. Abrieron su actuación metiendo el dedo en la llaga con ‘Camposanto’ de su último trabajo Cenizas y Flores (2016) dejando claro a los presentes que, como bien dice la letra, “harán que valga la pena”. Llegado cierto punto del concierto, como si hubiesen leído la mente al público, pidieron más volumen y sin quererlo ni beberlo nos estaban deleitando con su personal versión de ‘De viaje’ de Los Planetas (para que luego nos digan que llevan regular las comparaciones con ellos, eh). Seguidamente estalló en forma de sonido su (creo que) mayor hit ‘Cuando nadie pone un disco’, de Odio París (2011) y tras un genial brindis “levantad la copa, la coca o el eme para brindar por el Vida y por la vida” cerraron su concierto de una forma tan perfecta que salimos prácticamente flotando.

De vuelta a la zona de escenarios principales -y para reforzar la tirria que le estaba cogiendo a esa zona- Kula Shaker ofrecieron un innegablemente buen concierto, pero no fui capaz de entrever nada especial en él a través de sus coros y guitarras. Si bien es cierto que el público estaba motivado con lo que vivía ese no era en absoluto mi caso; para la próxima (si la hay) me va a tocar dejar la cerveza y decantarme por el aroma silvestre que predominaba entre el público.

Kula Shaker en el escenario Estrella Damm.

Huyendo con el rabo entre las piernas y otra vez de vuelta a los escenarios pequeños, en La Cabana Jägermusic el bolazo del momento corría de la mano de Perro. Lo más variopinto del festival se había juntado allí, definitivamente. Además de la batalla campal de hostias, saltos, codazos, patadas y rodillazos a la que nos tienen acostumbrados, de vez en cuando uno podía encontrarse con un tipo que llevaba coladores en los ojos. Y eso no fue lo más fuera de lugar que sucedió. Uno de los guitarristas de Balthazar -el rubio tirillas que parece que se lo pueda llevar el viento- demostró que de frágil tiene poco; ojalá los tropecientos cubatas que debía llevar encima sentasen tan bien a todo el mundo porque, pese a probablemente no haber escuchado a los murcianos en su vida, se metió en los pogos como si fuese el más fan del recinto e incluso se animó a lanzarse al público desde el escenario y hacer crowdsurfing. No me gustaría ser él al día siguiente, pero desde aquí podemos asegurar que se lo pasó de muerte bailando al ritmo de canciones como ‘Droga porro’ de su último trabajo Estudias, Navajas (2015) o ‘La reina de Inglaterra’ de Tiene bacalao, tiene melodía (2013).

Con el cuerpo preparado para lo que nos echasen encima, la gente que habíamos ocupado La Cabana Jägermusic nos desplazamos en masa hacia La Cova Menú Stereo. Allí esperamos pacientemente hasta que Joe Crepúsculo llegó para darnos una lección magistral sobre buenrollismo y bacalao, como siempre hace. Lo que se presentó como novedad –por lo menos para mí- fue que en su setlist incluyese ‘De Ferrol a Cartagena’ de su último disco Nuevos Misterios (2015), ya que pese a haber ido a una cantidad indecente de conciertos suyos, nunca había tenido el placer de vivirla en directo. Como nadie más sabe hacer, el catalán predicó su palabra hacia el público y como buenos feligreses que somos movimos incansablemente el esqueleto por muy cerca o lejos del escenario que estuviesemos mientras él repasaba de arriba abajo su discografía, sin dejar que la fiesta decayera ni un segundo. Al final, como siempre, se desencadenó la locura al son de ‘Mi fábrica de baile’: una conga nació de la nada y pasito a pasito hasta me reencontré con el chaval con coladores en los ojos pese al llenazo total que logró Joe.

Tras recuperar la respiración y felicitarnos entre desconocidos a base de abrazos por haber sobrevivido a esa experiencia intensa, empleamos los últimos resquicios de energía para cruzar de nuevo todo el bosque para un nuevo chute de vitalidad. En esta ocasión los encargados serían !!! (Chk Chk Chk) y, ya que no había tenido fuerza para desplazarme hasta La Daurada Beach Club ese mismo mediodía para ver su show gratuito, ahora tocaría disfrutar el doble. Durante su actuación podría prometer que el 75% de los asistentes dejaron de ser dueños de su propio cuerpo y fue él quien les poseyó. El público pasó a ser el protagonista de la noche, de hecho presencié auténticas batallas de baile prácticamente a muerte, y los estadounidenses formaron parte de un segundo plano en el que de vez en cuando alguien se detenía a mirar brevemente. Hit tras hit quemaban el escenario a la par que el resto quemábamos las zapatillas y el poco césped que ya quedaba a esas alturas del festival.

Los encargados de cerrar la noche esta vez fueron 2ManyDJs, que empezaron pisando más que fuerte. Quien no se lo crea puede preguntar al guitarrista de Balthazar (no al que lo dio todo en Perro; al de los movimientos sensuales de cadera), al batería o la violinista, que miraban a su compañero con algo semejante a resignación en sus ojos. Pese a lo bien que comenzaron los hermanos David y Stephen Dewaele, poco a poco se fueron haciendo más y más pesados. Mientras bailábamos nos invadía una sensación de confusión general al no tener claro si se trataba de una canción muy larga o era ya la quinta. En conclusión -a mi parecer- o te bebías hasta el agua de los floreros o eso era inaguantable. Además, esos dos belgas ni siquiera se dignaron a pinchar un solo hit de Soulwax. En un intento desesperado de salvar la noche me pasé por La Cabana Jägermusic para ver qué se llevaban entre manos los Vida DJs pero el contraste fue tal al encontrar algo parecido a una comuna hippie que la mejor opción fue, sin duda, pedir otra cerveza y mover el culo el ritmo de los Dewaele hasta que las piernas aguantasen.

DOMINGO 3

El camping amaneció ese día especialmente desolado. La gente empezaba a retirarse hacia sus casas en busca de sus camas, sus duchas y sus comodidades mientras unos pocos valientes nos mentalizábamos para la jornada de clausura y hacíamos de tripas corazón para darnos un agua y quitarnos de encima ese tufillo a camping de festival.

Cual desfile de muertos vivientes y prácticamente tropezándonos con nuestras propias ojeras logramos llegar de nuevo a la Masia d’En Cabanyes, en mi caso, para terminar el festival por todo lo alto: llorando como una cría con Hazte Lapón. Y, bueno, misión casi cumplida; al final no derramé lágrima pero a punto estuve.

Después de dar unos cariñosos arrumacos a su hijo, que se había pasado las pruebas de sonido moviéndose y montando su propia fiesta, los miembros de Hazte Lapón dieron comienzo a su concierto. Repasaron casi al completo su último disco No son tu marido (2015) del que por suerte para mi estabilidad emocional no tocaron ‘Durmiendo con el enemigo (nana del amor ambivalente)’, porque bastante al borde de tocar hondo nos dejaron con ‘Tanatorios’ o ‘El cielo protestó’. Con a ese “pop autoconfesional para adultos sensibles de todas las edades” mediante el que se definen también dejaron espacio para mover el cuerpo al ritmo de ‘Procrastinar’ e incluso ‘Mudanzas’ –ojo, moverse no implica dejar de romperte por dentro-, además incluyeron ‘Copla de amor del perro de Pavlov’ de su sencillo El traje del emperador (2014).

Hazte Lapón en La Cabana.

Por si no fuese suficientemente bonito despedir un festival como el Vida sabiendo a ciencia cierta que el año siguiente volverás a estar allí, fue el triple de emotivo alejarse de la Masia d’En Cabanyes recordando la letra de ‘El cielo protestó’ -canción con la que Hazte Lapón terminó su concierto- ya que por mucho que a fin de cuentas seamos islas, el Vida Festival siempre será nuestro factor común, nuestro Reino de Siam. Ese sitio donde venden chanclas para pisar la playa, donde puedes cenar macarrones con chorizo, donde te reúnes con gente que no veías desde que se mudaron al otro extremo del país, donde conoces a otros y sí, desde luego, donde puedes tener algún que otro rifirrafe con el sonido de un escenario o incluso grandes decepciones por parte de varios grupos. Pero aún así, una vez al año, en este pequeño bosque se crea una religión para todos los públicos que rompe la barrera entre lo lúdico y lo impúdico. Solamente nosotros podemos mantener esta parcelita de paz a flote, de manera que id todos al Vida Festival, formad parte de esta escena de la forma que más os guste, pero moveos cuanto podáis porque no hay nada más hermoso que sentirte dentro de esto. Está en nuestras manos que siempre sea así: lo que ha unido la música (o Buda en las alturas) que no lo separe el hombre.

Posdata: cuando os vayáis del camping hacedlo con cariño, que al final sólo quedan latas de Coca-Cola junto a una camiseta del Che Guevara; como si a todos los festivaleros se los hubiese llevado una ola.

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